Érase un gato que paseaba plácidamente cuando pasó junto a una asamblea de perros, cuyo líder proclamaba:
—¡Hermanos, recemos juntos y pidamos con fervor al Gran Dios Perro que nos envíe del cielo sabrosos y abundantes huesos!
El gato dejó escapar un aullido de rabia contenida y se alejó presto de allí, diciéndose: “¡Estúpidos idólatras! ¡Ignorantes infieles! ¿Cómo es posible que recen a ese dios pagano y no al verdadero Gran Dios Gato? ¿Y cómo es posible que pidan huesos y no ratones?”.
No hay un Dios para ti y otro para mí. Solo tiene un rostro: el del amor. Es a la vez unidad, dualidad y pluralidad; lo uno y lo múltiple; el todo y la nada: el cero y el infinito. Es la gran paradoja y todo lo que se diga sobre Él es inexacto.
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