En la entrada de este blog titulada “La necesidad de escribir”, se dice que algunas personas escriben para comprender su propia alma. Es el caso de esta entrada, pues a diario me esfuerzo por terminar con mi hábito de interrumpir la narración de otros para llevar la conversación de vuelta a mi propia persona. Son muchos los intentos y muchos los fracasos, pero merece la pena cuando lo consigo.
La próxima vez que alguien nos cuente una historia o comparta con nosotros un logro propio, fijémonos en nuestra tendencia a decir algo acerca de nosotros mismos como respuesta.
Nuestra necesidad excesiva de atención proviene de nuestro ego, esa parte de nosotros que quiere que lo vean, oigan, respeten, consideren especial, a menudo a expensas de alguna otra persona. Es la parte de nosotros que interrumpe la narración de otros, o espera con impaciencia nuestro turno de hablar con el fin de llevar la conversación y la atención de vuelta a nuestra propia persona.
La mayoría de nosotros, en diferentes grados, nos entregamos a este hábito difícil de romper, que crea distancia entre nosotros y quienes nos rodean.
En lugar de decir: “Yo hice lo mismo una vez” o “A que no adivinas qué hice hoy”, mordámonos la lengua, escuchemos con atención y digamos simplemente: “Eso es fantástico” o “Por favor, cuéntame más”, y dejémoslo ahí. La persona que esté hablando no tendrá la sensación de estar compitiendo con nosotros. El resultado será que esa persona se sentirá más relajada, confiada e interesante. También nosotros nos sentiremos más relajados porque no estaremos esperado para intervenir.
Estamos hablando de la necesidad impulsiva de arrebatar la gloria y la atención de los demás. Existen, obviamente, muchas ocasiones en las que resulta apropiado no renunciar a ellas e intercambiar experiencias mutuas.
Cuando dejamos de necesitar que toda la atención se centre en nuestra persona y permitimos que los otros se lleven la gloria, sucede algo mágico: una sensación de serenidad y seguridad se apodera de nosotros.
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