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sábado, 4 de agosto de 2018

El anillo del rey

Una vez un rey citó a todos los sabios de la corte y les dijo:

—He mandado hacer un precioso anillo con un diamante. Quiero guardar, oculto dentro del anillo, un mensaje que pueda ayudarme en los momentos difíciles. Tiene que ser pequeño, pues debe caber debajo del diamante.

La tarea era difícil. Los sabios pensaron y buscaron, pero no encontraron nada que se ajustara a los deseos del rey.

El rey consultó también a un viejo sirviente al que quería y respetaba porque lo había cuidado desde niño, cuando murió su madre. El sirviente le dijo:

—No soy un sabio, pero conozco el mensaje. En cierta ocasión, estuve al servicio de un maestro que, invitado por tu padre, vivió un tiempo en palacio. Cuando nos dejó, al despedirnos, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje.

En ese momento el anciano sirviente escribió en un diminuto papel el mensaje. Lo dobló y se lo entregó al rey.

—No lo leas —dijo—. Mantenlo guardado en el anillo. Ábrelo solo cuando en alguna situación no encuentres salida.

Ese momento no tardó en llegar, pues el país fue invadido y su reino se vio amenazado. El rey tuvo que huir a caballo para salvar su vida. Perseguido por numerosos soldados enemigos, llegó a un lugar donde el camino se acababa y frente a él había un gran precipicio. No podía volver atrás, pues el enemigo, que estaba próximo, le cerraba el camino.

Fue entonces cuando se acordó del mensaje del anillo. Sacó el papel, lo abrió y allí simplemente decía: “Esto también pasará”.

En ese momento se dio cuenta de que había un gran silencio. Ya no lo perseguían. Sus enemigos debían haber cogido otro camino.

El rey se sintió profundamente agradecido a su sirviente y al maestro desconocido. Esas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo, reunió a su ejército y reconquistó su reino.

Tras la victoria, en la ciudad hubo una gran celebración con música y baile y el rey se sentía muy orgulloso de sí mismo.

En ese momento, el anciano sirviente, que estaba a su lado, le dijo:

—Apreciado rey, ha llegado el momento de que leas nuevamente el mensaje del anillo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó el rey—. Ahora estoy eufórico, hemos vencido al enemigo. Mis súbditos celebran mi retorno.

—Escucha —dijo el anciano—. Este mensaje no es solamente para situaciones desesperadas, también es para situaciones placenteras; para cuando te sientes derrotado y para cuando te sientes victorioso; para cuando eres el último y para cuando eres el primero...

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “Esto también pasará”.

Nuevamente sintió un gran silencio y paz en medio de la muchedumbre que celebraba la victoria. Su orgullo y su ego habían desaparecido y pudo terminar de comprender el mensaje. Lo malo era tan transitorio como lo bueno.

Entonces el anciano le dijo:

—Recuerda que todo pasa. Ningún acontecimiento ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza, porque son la naturaleza misma de las cosas.


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