Un hombre se acercó al puesto de guardia para denunciar que le habían robado su burro. Los policías le exigieron que explicase bien los detalles de lo que había sucedido. Después de oírle, uno de los guardias le dijo acremente:
—Ha tenido usted muy poco cuidado; sí, ha sido bastante negligente. ¿Cómo se le ocurre cerrar la puerta del establo con una cerradura tan débil en lugar de poner varios cerrojos?
Otro de los guardias dijo:
—Ha sido una insensatez permitir que desde la calle se pudiera ver la cabeza del burro. ¿Acaso no pudo haber levantado más el muro, para ocultar bien al animal?
Un tercer guardia intervino.
—¿Dónde estaba cuándo le robaron el burro? Si se hubiera quedado allí atento, habría visto al ladrón llevarse al jumento.
Entonces el denunciante, al límite de su paciencia, dijo:
—Señores guardias, me parece acertado hasta cierto punto lo que están alegando, pero supongo que alguna culpa ha de tener también el ladrón, ¿o no?
En el lado opuesto de la indulgencia, la comprensión y la ecuanimidad, está la enraizada tendencia de culpar a los otros. Debemos vigilarla y corregirla, pues daña a menudo las relaciones humanas y afectivas.
- ¿A quién le importa?
- Conocer antes de juzgar
- Deja de juzgar
- La paja en el ojo ajeno
- La ventana
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