Fantasear, soñar e imaginar es algo inherente al ser humano y puede ser altamente beneficioso si hay una proyección hacia delante que nos encamina a nuevos proyectos o, por ejemplo, si en un día de mucho trabajo y estrés cerramos los ojos e imaginamos que estamos tumbados en una hamaca, en la playa, con nuestra bebida favorita en la mano. No debemos dejar de hacerlo, pero solo unos instantes, los que sean necesarios, luego debemos volver a la realidad.
Las ensoñaciones, cuando se mantienen en el tiempo, nos alejan de lo que está sucediendo realmente. En el caso de mirar hacia el pasado, no son más que una huida hacia atrás que nos impide echar mano de los asuntos que tenemos hoy sobre la mesa de trabajo. Cuesta muy poco construir castillos en el aire, pero es muy caro destruirlos.
En este mundo donde solo se venden recetas mágicas para la felicidad, nos empeñamos en que todo debe salir bien, tal como lo habíamos planeado, y nos sentimos totalmente derrotados cuando no es así.
Cuesta aceptar que hay ocasiones en las que los finales felices se quedan en la ficción.
Hemos de hacer siempre un ejercicio de realidad, por dura que sea, solo así adquiriremos plena conciencia de nosotros mismos y de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor.
Esa ilusión o fantasía, podrá mantenernos felices por unos instantes, pero nos provocará una gran desdicha y tristeza cuando nos bajemos del globo. Las cosas ocurren en el suelo, no en el aire.
Si la evolución no nos dotó con alas es que no estamos hechos para volar.
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