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jueves, 25 de abril de 2019

El gusano de luz sin luz

Cuento para niños y no tan niños

“¿Y si las historias para niños fueran de lectura obligatoria para los adultos? ¿Seríamos realmente capaces de aprender lo que desde hace tanto tiempo venimos enseñando?”.
José Saramago.“La flor más grande del mundo”.



Fuente: “Cuentos de intriga de la hormiga Miga” de Emili Teixidor.

«Érase una vez una luciérnaga que se quedó sin la luz verdosa que desprendía. La pobre acudió al electricista para que arreglara la avería pues la luciérnaga sin luz no luce ni nada. Pero el electricista le dijo que no podía hacer nada por iluminarla de nuevo ya que no veía enchufes ni cables por ningún lado, que su luz no venía de hilos ni aparatos, que salía de su interior, de su naturaleza.

Entonces la luciérnaga apagada visitó al veterinario, que le dijo que el apagón era debido seguramente al cansancio o a la tristeza, que los seres tristes y cansados se apagan, que lo mejor que podía hacer era consultar con el médico o con el psiquiatra, que es el médico del alma.

El psiquiatra le indicó a la luciérnaga que se tumbara sobre un diván y le pidió que empezara a hablar para sacar de su cerebro todos sus recuerdos: los buenos, los malos y los regulares.

La luciérnaga se pasó hablando mucho tiempo, repartido en varias visitas de una hora, hasta que su interior se quedó vacío. Mientras la paciente iba sacando recuerdos fuera, el psiquiatra estaba atento con un bisturí muy fino para convertirlos en olvidos e incluso borrarlos del todo si sobraban. Así atacaba los malos recuerdos y conservaba en un tarro desinfectado los recuerdos buenos y bellos.

–Recuerda que también te llamas noctiluca, que es un compuesto de noche y luz, y que todos llevamos dentro luz y oscuridad, pero la noche debe ser poquita y la luz mucha para orientarnos en la oscuridad.

Cuando la luciérnaga no tuvo más que decir, el médico le ordenó descansar unos días y alimentarse solo con los buenos recuerdos y las alegrías del tarro desinfectado. Así, lentamente, animada por las raciones de felicidad pasada, la luciérnaga recobró el contento y volvió a encenderse de nuevo. Se iluminó otra vez como antes del bajón, y desde entonces procuró almacenar todas las alegrías que encontraba y mostrarse siempre risueña, no fuera a apagarse de nuevo y convertirse en uno de esos seres que van por el mundo tan apagados que casi dan miedo. Quizá porque no saben que llevan una luz dentro o porque no saben cómo hay que alimentarla para que se encienda».


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