Nuestro instinto animal nos incita a ocultar nuestra vulnerabilidad como una forma de protegernos. A este hecho se le añade las falsas creencias de que en la vida es mucho mejor no mostrar las emociones y que, si mostramos lo que sentimos, se nos va a tachar de débiles o blandos.
En primer lugar, ocultando las emociones perdemos una información muy útil para entender lo que nos ocurre y tomar buenas decisiones. Cuando negamos las emociones, nos autoengañamos diciéndonos que estamos bien, que no nos ocurre nada, pero las emociones no desaparecen y terminan mostrándose en forma de enfermedades somáticas (molestias gastrointestinales, dolores de cabeza, erupciones en la piel…) cuya causa no es orgánica. No es que algo no funcione bien en nuestro organismo, sino que la causa es emocional: lo que estamos sintiendo de manera continuada irrita de tal modo al organismo que termina enfermando. El dolor es el mismo que cuando hay una causa física, pero el origen está en los sentimientos y, por tanto, es ahí donde tenemos que incidir para solucionarlo. Podemos parchearlo con analgésicos y otros medicamentos, pero, sin trabajar el origen, es imposible que lo solucionemos.
En segundo lugar, hay que ser muy fuertes y valientes para mostrar que somos de carne y hueso, que no somos de piedra, que somos vulnerables, que estamos hechos de emociones y que somos capaces de enseñar lo que sentimos. Es normal sentir tristeza, enfado, frustración… No somos, por ello, menos que nadie y no debemos juzgarnos por sentirnos así ni cambiar para satisfacer a nadie.
Estamos poco acostumbrados a fijarnos en lo que sentimos, a tratar de interpretarlo, a darle un nombre y una explicación. No es una tarea fácil para la que, además, apenas hemos recibido entrenamiento.
Todos podemos aprender a interpretar nuestras emociones para entender qué nos ocurre, pero, antes, nos tenemos que permitir sentirlas porque no es posible poner el cerebro en modo “emoción apagada”. El cerebro humano viene preparado para sentir. Nuestras emociones nos afectan mucho más de lo que pensamos y no debemos taparlas ni ignorarlas.
Cuando somos incapaces de manifestar, leer y procesar nuestra emociones, nos convertimos en analfabetos emocionales que, incluso, carecemos del léxico necesario para nombrar lo que sentimos. Las habilidades emocionales se aprenden y se pueden mejorar con independencia de la edad. Todos podemos mejorar. ¿Por qué no aprendemos a manejar las emociones para ponerlas a nuestro favor?
- Alexitimia o analfabetismo emocional
- El arte de no enfermar
- Escucha tus sensaciones
- La emoción azul
- La voz de las emociones
No hay comentarios
Publicar un comentario en la entrada