La tristeza es una emoción normal, necesaria y útil. Esconderla o evitarla sería como negar nuestra condición de ser humano. Estar triste es tan normal como estar alegre, con miedo, enfadado o sorprendido.
En el mundo en el que vivimos, la tristeza tiene muy mala prensa y está estigmatizada. Sin embargo, como cualquier emoción, tiene un valor, una utilidad, una motivación y un objetivo. Camuflarla, disfrazarla o reprimirla es agotador y, sobre todo, inútil.
Cuando llega la tristeza nos apagamos. Hasta nuestro cerebro lo hace y, de hecho, en las pruebas neurológicas funcionales de personas deprimidas, aparece, de ahí el título de esta entrada, prácticamente azul (los colores más cálidos indican la activación de ciertas áreas del cerebro). Perdemos el apetito, nuestros movimientos son más lentos, nos cuesta dormir o, por el contrario, solo queremos hacer eso, tenemos dificultades para concentrarnos en nuestras tareas diarias o en nuestro trabajo, no paramos de tener pensamientos que alimentan la tristeza, no tenemos ganas de hacer nada y nos apetece muy poco ver a la gente… Todo es normal. Es humano y debemos llorar si nos apetece.
Es tanto el malestar que nos provoca la tristeza, que no le damos el espacio y el tiempo que necesita para que cumpla su función y sea beneficiosa para nuestra salud mental y aprendizaje.
¿Cuántas veces hemos dicho o nos han dicho “no estés triste”, “vamos, alegra esa cara”, “tienes que hacer un esfuerzo por sonreír”? Son frases demoledoras para quien está triste, pues implican falta de empatía e invitan a reprimir emociones. Tenemos que darnos permiso para estar tristes. No debemos esforzarnos en no estar tristes, sino en acabar, si está en nuestras manos, con lo que nos provoca la tristeza o en aprender a gestionarla.
Cuesta creer que sirva para algo estar mal, que sea útil y necesario tener que sufrir. Sin embargo, si hacemos un repaso de los momentos cruciales de nuestra vida enseguida nos daremos cuenta de que los cambios trascendentales e importantes se produjeron tras haber estado francamente fastidiados o después de haber tocado fondo. Evidentemente, nunca hubiéramos querido pasar por esos momentos, pero, con el transcurso del tiempo, los recordamos como auténticos maestros en esto de ir avanzando por la vida.
Hemos de recapacitar acerca de la fuerza que tienen esos momentos en nuestra vida. Cuando estamos tristes nos sentimos muy vulnerables, pero es entonces cuando podemos ser capaces de ver nuestras fortalezas. La tristeza, cuando llega, nos obliga a parar, pero en realidad es una parada técnica para luego reanudar la marcha. Aunque nos parezca lo contrario, la tristeza actúa a modo de despertador para que respondamos. Las personas que están bien tienden a dejar todo tal y como está. Son las personas que se sienten tristes las que tienen motivos para hacer cosas que cambien una situación que no es de su agrado.
Para no anular ese mecanismo de activación hacia la acción y el cambio, es muy importante reconocer la emoción y no negarla. Cuando la tristeza aparece en nuestra vida debemos escucharla porque quiere decirnos algo importante y solo así podremos actuar en consecuencia.
Estar triste no es tan terrible como nos han hecho creer. Que nos provoque dolor y sufrimiento no implica que sea dañino. En realidad, es necesario. Si existe, por algo será. Sin tristeza no podríamos ser capaces de superar pérdidas, desilusiones o fracasos. Del mismo modo que el miedo, la tristeza nos protege. Como estamos con la energía por los suelos y sin ganas de hacer nada, nos obliga a utilizar solo ciertos recursos para no malgastar la poca energía de la que disponemos. Este hecho favorece que no miremos tanto a nuestro alrededor y empecemos a focalizar más la atención en nosotros mismos, nos volvemos más autocríticos y nos empuja a aceptar lo que no se puede cambiar y las pérdidas dolorosas. La tristeza es una gran fuente de autoconocimiento.
Tal vez, nunca te habías planteado esta visión de la tristeza. Nos queda revisar, en una próxima entrada, qué podemos hacer para aceptarla en nuestra vida y que no nos lleve por delante.
* Ver “La emoción azul (II)”.
- Al otro lado de la tristeza
- Cuando la vida se rompe
- Kintsukuroi
- La emoción azul (II)
- La noche oscura del alma
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