Las emociones son voces que nos indican algo. El miedo es una voz que nos dice que existe un peligro. La tristeza es una voz que nos muestra una pérdida que tenemos que soltar. El enfado es una voz que nos anuncia que hay una piedra en el camino y necesitamos apartarla. La culpa es una voz que expresa que hay algo que reparar en nuestra vida.
Es importante reconocer nuestras emociones. No debemos negarlas ni taparlas. Aceptar lo que sentimos, que no es ni bueno ni malo, simplemente es. Una vez que podemos identificar una emoción, somos capaces de expresarla, de ponerla en palabras, de decirla.
Nos curamos hablando. Y, como contrapartida, lo que la boca calla el cuerpo lo expresa. Cuando desarrollamos el hábito de acumular emociones negativas, nuestro cuerpo, que es muy sabio, procurará siempre encontrar la manera de liberarlas. Nuestro organismo tiene sus propias “válvulas de escape” para hacer salir las emociones. Por lo general, lo hace por medio de la explosión. Aquel que grita, golpea o rompe, no está liberando la tensión de modo saludable. Otra válvula no saludable a la que nuestro cuerpo puede recurrir es una enfermedad. Así es como se genera el estrés que los expertos consideran “la plataforma emocional de diversas enfermedades”. El síntoma (gastritis, dolores articulares, excesivo cansancio) es la señal que el cuerpo envía para advertir que es preciso liberar la tensión acumulada.
A veces, no resulta fácil poner en palabras nuestras emociones ya que, por ejemplo, en una situación de violencia, muchas veces lo más prudente es huir, es decir, permanecer callado.
Necesitamos manifestar las emociones no expresadas porque, si no lo hacemos, se quedarán encapsuladas en nuestro cuerpo. Tragarnos las emociones, en lugar de ponerlas en palabras nos enferma, pero solamente hablar no es suficiente. Moverse (caminar o correr), bailar, nadar o cualquier otra actividad física de nuestra preferencia es altamente terapéutico, pues nos brinda la posibilidad de gastar energía física, activar nuestra masa muscular y eliminar el estrés acumulado.
Hay ejercicios que, a través de la expresión, nos permiten sacar lo que está guardado. Son, por tanto, actos sanadores.
El llamado “La silla vacía” consiste en poner una silla vacía delante de nosotros, imaginándonos que tenemos enfrente a esa persona o esa situación que nos produjeron emociones negativas. Expresaremos todo lo que no fuimos capaz de decir. Puede ser hablando, gritando o fluyendo en lo que surja. Lo importante es que verbalicemos todo. La silla, en realidad, no está vacía, pues en ella proyectamos nuestras fantasías y nuestras situaciones difíciles.
Escribir es también un proceso que ayuda a que la persona pueda descargar emociones, sentimientos e ideas. Además, la mano va más lenta que la mente y eso nos permite ordenar mientras escribimos todo aquello que sentimos. El ejercicio denominado “Escribir, leer, romper” consiste en escribir en un cuaderno pensando en esa vivencia guardada en nuestro corazón que no pudimos expresar en su momento. Podemos escribir todo lo que sentimos. Si tenemos una persona de confianza a la que nos gustaría contarle lo que hemos escrito, podemos leérselo. Esa persona solo debe escuchar sin emitir juicio, ni opinión, ni comentario. Si no queremos leérselo a nadie, en un lugar donde estemos solos, lo leemos en voz alta. En cualquier caso, luego debemos romperlo. Con este ejercicio escribimos lo que nos atormenta, lo verbalizamos y romperlo es un símbolo, no de que ya superamos el suceso, sino de que pudimos liberarnos de aquello que nos tenía aprisionados, sacarlo hacia fuera y quitarle su poder.
En muchas ocasiones he comentado que este blog me ayuda a gestionar mi equilibrio emocional porque cuando describo mi experiencia emocional por medio del lenguaje, se elimina mucha de la negatividad que pudiera contener. Por otro lado, llevo toda la vida practicando el ejercicio de la silla vacía, pero sin silla. Sola, cuando nadie me ve, segura en mi ambiente, “echo” fuera todas mis emociones negativas. Y cuando termino… ¡me quedo como nueva!
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