Hemos de estar muy atentos ante aquellos mensajes que nos intentan convencer de que no podemos cambiar, que solo es posible aspirar a la mediocridad. Estos mensajes resultan fáciles de digerir porque generan una sensación de alivio. ¿Por qué sentirnos decepcionados con nosotros mismos, si sencillamente no nacimos con lo necesario? Esto consuela mucho. No hay nada mejor que una buena justificación para poner nuestra conciencia a dormir.
Los talentos y las capacidades que tenemos son expansibles y, por consiguiente, ni la inteligencia, ni la imaginación ni la memoria son facultades estáticas. El propio esfuerzo y la dedicación tienen un gran impacto en estas facultades tan importantes. Por eso, no nos debemos desanimar cuando nuestro punto de partida no es el que quisiéramos tener. La actitud es siempre más importante que la aptitud. Desde el reconocimiento del “no sé” y desde el entusiasmo del “quiero saber”, nos podemos superar y acceder a muchos mundos insospechados.
Es mejor reconocer nuestra falta de coraje, de determinación y compromiso que escudarnos en una falta de talentos y capacidades. Es mejor reconocer que nos falta “cociente agallas” a escudarnos en un supuesto insuficiente cociente intelectual.
No son las cartas que nos tocan, sino la manera en la que las jugamos, lo que más impacto tiene en el juego. Sin embargo, hoy, como en época de Descartes damos por hecho que lo que de verdad cuenta en el éxito es el talento que uno ha heredado y no el carácter que uno ha desarrollado.
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