Un zar que estaba siempre sumido en la tristeza dijo:
—¡Daré la mitad de mi reino a quien me cure!
Entonces todos los sabios se reunieron y celebraron una junta para sanar al zar, pero no encontraron ningún remedio. Uno de ellos, sin embargo, declaró que sí era posible curar al zar.
—Si sobre la tierra se encuentra un hombre feliz —dijo—, quitadle la camisa y que se la ponga el zar. Con esto estará curado.
El zar hizo buscar en su reino un hombre feliz. Los enviados del soberano exploraron todo el país, pero no pudieron descubrir a un hombre feliz. No encontraron a nadie contento con su suerte. Uno era rico, pero estaba enfermo; otro gozaba de salud, pero era pobre; el que era rico y sano se quejaba de su mujer; otro de sus hijos. Todos deseaban algo.
Una noche, el hijo del zar, al pasar por una pobre choza, oyó que alguien exclamaba:
—¡Gracias a Dios he trabajado y he comido bien! ¿Qué me falta?
El hijo del zar se sintió lleno de alegría. Inmediatamente mandó que le llevaran la camisa de aquel hombre, a quien a cambio se le entregaría cuanto dinero exigiera.
Los enviados se presentaron a toda prisa en la casa de aquel hombre para quitarle la camisa. Pero el hombre feliz era tan pobre que no tenía camisa.
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