Para Antonio Gala no hay nada en la naturaleza preparado para el hombre y considera que la razón es un error dentro de la misma. El pecado original trataría de explicar, de alguna manera, esta terrible inadecuación entre la naturaleza y el ser humano.
«Los animales están en su casa; el hombre ha tenido que fabricársela a pulso. No hay ninguna madre tan desnaturalizada como la naturaleza con nosotros. El hombre ha de disputar hasta la comida con los animales, y comérselos luego. Todo ha de elaborarlo, guisarlo, aderezarlo, para convertirlo en comestible.
No; no hay nadie aquí que haya contado con nosotros. Nadie ha contado con la piedad del hombre, con su benignidad, con su pacifismo, con su solidaridad. Mientras los animales se devoran, el hombre avanza a solas con su cruz a cuestas, intentando ser cada vez más hombre, es decir, menos natural; intentando ir en contra de muchos de sus instintos que lo identificarían con las fieras.
Lo único natural sería el más feroz de los egoísmos, la destrucción continua, la defensa, a lo sumo, del clan, de la manada o de la tribu. Porque no hay naturaleza humana: eso es un artificio, una paradoja o una consolación para no sentirnos solos en el universo, rodeados de un infinito que nuestro pensamiento, ese intruso, empieza a vislumbrar...
No hay más que una naturaleza: la que nos ignora absolutamente y nos es absolutamente hostil.
Este mundo no ha sido creado para nosotros: en él somos una excepción desnuda e intimidada sobre la tierra, poseedora de un arma sólo: la razón, equivalente a los instintos protectores del resto de los animales...
La naturaleza crea sin ton ni son, como una rana o un pez que depositan sus huevos o los fertilizan porque no se les ocurre otra cosa que hacer. Por eso con nosotros corre el riesgo de fracasar; de que, por ejemplo, precisamente por causa del celo amoroso, una pareja, en lugar de procrear, que es lo previsto, decida suicidarse.
El amor es evidente que no entraba en los cálculos de la naturaleza; ni quizá el pensamiento que lo produce. Y así resulta que un náufrago que se ahoga es más grande que el mar, porque el náufrago sabe que se muere y el mar no sabe que lo mata.
Nos encontramos frente a la naturaleza inmisericorde a la que no entendemos, llena de terremotos y catástrofes. El pensamiento, y el amor que brota de él, son una alteración del orden (o el desorden) natural. Peor que un cáncer, porque la muerte que el cáncer acarrea forma parte de los designios naturales, mientras que el amor significa siempre una infracción demasiado grande, demasiado continua”.
El mundo no se inventó para albergar el pensamiento humano. La naturaleza es una vieja avara, a la que lo único que le interesa es su propia continuidad».
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