Un conductor borracho perdió el control de su automóvil y se precipitó por un barranco. Varias personas acudieron tan pronto como pudieron a auxiliarle.
El hombre tenía algunas magulladuras, pero nada serio. Uno de los que le ayudaron a salir del automóvil comprobó que estaba muy borracho y le dijo:
—Pero ¿acaso no ha leído usted el fenomenal y célebre libro del señor Gupta sobre los efectos perniciosos del alcohol?
Y el conductor, sin dejar de hipar, farfulló:
—Ese tal Grupta soy yo.
A casi todos nos gusta enseñar: ejercemos como médicos sin serlo, como sagaces consejeros cuando nuestra mente está ofuscada, como guías ciegos que conducen a otros ciegos, como educadores sin saber nada de educación…
El mejor maestro no es el que dice lo que hay que hacer, sino que es quien lo hace; no es el que aconseja, sino el que demuestra; no es el que exige, sino el que sugiere. Brilla por su propia conducta y no por sus palabras. Ese maestro merece respeto y cariño.
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