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domingo, 9 de febrero de 2020

Al otro lado de mi “caja de cristal”

Está demostrado que cumplir años es bueno para la salud: las personas que más años cumplen son las que viven más tiempo. Hoy cumplo 58 años. Estupendos, si no entro en muchos detalles.

Me gusta cumplir años. Me recuerda que nada es para siempre y que debo seguir mi camino. Sin decir adiós. ¿Para qué decir adiós en nuestro viaje por la eternidad?


 “Immortality”. Celin Dion y Bee Gees.


Fuente: “Rompe tu zona de confort” de Gregory Cajina.

Hay un momento en mi vida, no podría precisarlo con exactitud, pero ocurrió tras la muerte de mis padres, en el que mi “caja de cristal” (mi zona de confort), que con la excusa de protegerme me tenía atrapada, se me quedó demasiado pequeña.

Al principio, yo no podía imaginar qué demonios me pasaba. Tenía salud, un buen trabajo, amor… (cosas que gran parte de los seres humanos no consiguen en toda su vida) y yo me sentía descontenta, infeliz, insatisfecha y hueca por dentro.

Fiel a los principios que me habían inculcado, no me dejé atropellar por las circunstancias y, a golpe de disciplina, seguí luchando. Busqué culpables y, sin mucho esfuerzo, los hallé, pero no me sirvió de nada, pues seguía dentro de la “caja” que cada vez se hacía más pequeña y comenzaba a oprimirme.

Y así consumía mis días que se convirtieron en meses y años. No podía seguir avanzando más allá de la “caja”. Me asfixiaba dentro.

Tras la puerta cerrada de mi silencio, me encontraba desorientada, en una noche cada vez más oscura.

Y un día, no sé muy bien cómo, por fin, decidí actuar y tomar las riendas de mi vida y rediseñarla al otro lado de la “caja”. Me di permiso para comenzar a ver con otros ojos nuevas realidades de mi entorno; para crear, permitir y provocar diferentes escenarios que yo, no otros, valoraba como importantes.

Fuera de la “caja”, con dudas, pero con determinación, pudiendo elegir, no escogí el camino fácil recorrido por demasiada gente en demasiadas ocasiones. Desbrocé, no recuerdo dónde, una entrada en la maleza que me rodeaba y di el primer paso. La vegetación era muy espesa alrededor, pero tenía claro mi propósito, la brújula que me guiaba. Seguí retirando broza y rocas sin lamentarme. Comprobé, entonces, que, en realidad, la “caja” no existía fuera mí y solo era un reflejo de los límites que yo, previamente, ponía desde mi interior y, según avanzo, me doy cuenta de que el camino que elegí es el que yo misma voy trazando mientras camino.

Descubrí que el miedo, ese monstruo intimidante, también me teme a mí cuando decido conseguir algo y se oculta asustado en la caverna del olvido.

Que vivir fuera de la “caja”, es una decisión constante, permanente y continua. Que es muy fácil volver a acomodarse, sin apenas advertirlo, otra vez, dentro de ella.

Que no necesito que me digan lo que se espera de mí, pues he recuperado el poder de ser la que gobierna mis decisiones.

Que mientras me mantenga conectada a mi propósito, la musa de la Inspiración siempre me visitará.

Que cuando busco con los ojos abiertos a un maestro, siempre aparece.

Que el poder de construirme a mí misma cada día, forja el acero de los dones con los que nací.

Que tras caer y lastimarme solo hinco la rodilla para elevarme.

Que cuando rendirse es la opción más clara, opto por refugiarme y fortalecerme para la batalla final.

Que debo caminar ligera, con una mochila rebosante de relaciones y experiencias en vez de con una llena de rocas de lo superfluo.

Que para poder recibir tengo que liberar espacio y dejar ir.

Que cuanto más entrego a los demás, más abundante soy.

Ahora que he conseguido llegar al otro lado, he comprendido que tenía pendientes las asignaturas de la Humildad y Agradecimiento y la Vida me obligó a pasar un examen propio y que cada obstáculo que se me interpone, es el reflejo de algo que hice o dejé de hacer y debo descifrar el mensaje.

Algún día llegaré a mi destino, pero, de momento, mi labor no ha terminado…


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