Estoy muy cansada de los “expertos”. Dicen que son expertos en educación. Lo pongo en duda, pero, si realmente lo fueran, estoy segura de que hace mucho tiempo que no pisan un aula.
Yo soy maestra, llevo 36 años en la escuela, y no me considero experta porque eso supondría que lo sé todo, o casi todo, de la educación y no es así. Soy maestra y aprendiza.
Harta estoy de los “expertos”, pero más lo estoy, si cabe, de los “gurús de la enseñanza” que no pierden ocasión ni de “bombardearnos” con las convicciones de sus mundos ideales ni de “pegarnos la paliza” para satisfacer su prurito proselitista.
Unos te hablan con términos sacados del mundo empresarial y financiero: emprendimiento, competencias, estándares…, otros te llenan de anglicismos acabados en “ing”: teaching, flipping, coaching…, otros te acribillan con una lista interminable de recursos “maravillosísimos” que te ofrecen las nuevas tecnologías y otros, con lo último de lo último en vanguardias psicopedagógicas. Pero mira tú por dónde, aun a riesgo de parecer sospechosa de no ser buena docente, yo escojo ser maestra del “re” y prefiero repensar, reconsiderar, reflexionar, redistribuir, recomponer, reivindicar, recordar, redescubrir, recibir, recapacitar, recompensar, readaptar…
Cuando de hacer normativas se trata, son estos “expertos” los que asesoran a quienes ostentan los cargos de responsabilidad en la administración. Para ellos, no nos engañemos, los maestros somos meros números y las normativas terminan utilizándose como arma política y partidista al servicio de sus propios ideales.
He de reconocer, sin embargo, que tienen una gran habilidad utilizando la burocracia para sobrecargarnos de tareas que no nos corresponden y tenernos, así, calladitos. Verdaderamente son expertos en generar desunión y enfrentamiento: entre docentes, entre familias y docentes, entre escuela pública y privada… y en olvidar que a los niños les estamos imponiendo, en un modelo social que no nos permite conciliar la vida laboral y familiar, un ritmo totalmente insano en el que, entre el aula matinal, clases, comedor y actividades extraescolares, pasan más de diez horas diarias en el colegio.
Ahora que, por el estado de alarma frente al coronavirus, estoy trabajando a distancia y usando “a destajo” las nuevas tecnologías, he podido constatar algo que siempre he sabido: las pantallas son un mero instrumento y nunca podrán reemplazar, le pese a quien le pese, mi trabajo como maestra. ¿Acaso el emoticono del beso puede sustituir el roce de los labios de un ser querido en la cara? Si piensas que sí, “apaga y vámonos...”.
Mis alumnos/as NO son números, son niños y niñas, con nombre y apellidos, a los que conozco muy bien. Ellos, sus familias y yo estamos trabajando desde el minuto cero. Es nuestra responsabilidad.
El mundo se ha parado y tenemos la oportunidad de cambiar, pero sé, ojalá me equivoque, que volveremos a la locura de siempre.
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Eres una MAESTRA, en mi casa eres LA MAESTRA desde hace15 años
ResponderEliminar15+3=18... Bueno, lo que pasa es que tú me aprecias. Gracias por tu comentario. Veo que todavía te quedan ganas de darte un paseo por este sitio. Deseo que os encontréis bien. Un abrazo.
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