El naturalista español Félix Rodríguez de la Fuente (1928-1980), defensor de la naturaleza y gran divulgador en el ámbito de la fauna y la ecología, realizó muchos documentales para radio y televisión, destacando entre ellos la serie “El hombre y la Tierra”.
El 23 de marzo de 1978 se emitió en Radio Nacional de España, el tercer capítulo que realizó para la serie: “Objetivo: salvar la naturaleza”. El capítulo se titula “La ecología y el cuidado de la naturaleza”. En él, hace referencia al ilustre biólogo Jean Dorst, autor de “Antes de que la naturaleza muera”, que supo sintetizar los problemas que acuciaban al mundo natural.
Hace 42 años, Félix Rodríguez de la Fuente reflexionaba sobre la necesidad de que los avances científicos prevalecieran sobre los intereses políticos. A continuación, adjunto un fragmento del programa en el que critica a los gobiernos por dejar sus decisiones en manos de los políticos en lugar de hacerlo en las de los científicos y especialistas.
«Si bien conocemos, con una gran claridad ya, cuáles son los procesos que tienen lugar en los ecosistemas terrestres; si bien sería posible copiar esos procesos para que la propia humanidad los llevara a cabo, sin embargo, los ecólogos y, en definitiva, los sabios, tienen muy poco que hacer, aún, en el presente y en el futuro próximo de la humanidad.
¿Por qué? Por una razón muy sencilla. Porque, aunque parezca mentira, cuando la humanidad tiene que tomar una medida inmediata, drástica, absolutamente trascendente, cuando a usted, por ejemplo, le tienen que operar de apendicitis, llama a un científico, a un médico, a un cirujano para que lo haga. Cuando usted o yo tenemos el curarnos una pulmonía, echamos mano de un antibiótico que ha sido descubierto por un científico. Cuando hay que hacer un puente para que pase sobre él un ferrocarril que no queremos que se caiga en el momento en que vamos dentro, echamos mano de otro científico: de un ingeniero. Ahora bien, cuando se quieren tomar medidas a medio y a largo plazo, quien lo decide es un hombre que, generalmente, tiene muy poco de científico y si lo tiene, es por casualidad. Es un político, en la base de cuya política hay filosofía, pero muy pocas veces ciencia; que tiene unos asesores científicos a los que puede escuchar o no, pero que, generalmente, les escucha en función de la importancia que tenga su asesoramiento para su campaña electoral o para sus presupuestos de acceso al poder o de permanencia en el poder.
Aunque parezca mentira, amigos míos, la ciencia nos puede otorgar los elementos que precisamos para salvar la humanidad. Sin embargo, las decisiones no pueden, aún, tomarlas los científicos. Las toman los políticos y, en la base de los políticos, los filósofos, los que siempre se han considerado como portadores de la verdad.
Se han cansado de decir los científicos que no se puede montar una sola fábrica sin una planta depuradora convenientemente instalada. La verdad es que no se ha montado una sola fábrica con la planta depuradora o transformadora o recicladora de los elementos que esa planta industrial está echando a la naturaleza, porque la administración ha decidido que eso sería demasiado caro y que se perdería la capacidad competitiva del producto que se engendra en esa unidad industrial. De nada ha servido el informe de la ciencia.
La ciencia ha dado un informe de que, si se cazan más ballenas azules, la especie desaparecerá. Los políticos, los administrativos de la pesca en naciones como el Japón, como Noruega o como Rusia, no los científicos, han decidido que se sigan pescando más ballena.
Esa es, amigos míos, la triste realidad con la que se enfrenta el que pretenda tener en su vida, como nosotros en nuestro programa, el objetivo de salvar la naturaleza.
De poco servirán los informes fidedignos, objetivos y básicos de todos los investigadores y de todos los científicos, porque, a la larga, serán empleados en la medida en que convengan políticamente a la administración de los grandes o de los pequeños países.
¿Cómo podría explicar, por ejemplo, un estudioso de la conducta humana a un país tercermundista que es posible que sean más felices sus súbditos con un tipo de existencia neolítico, viviendo en pequeños poblados donde labran personalmente la tierra, donde generan sus alimentos, donde todavía realizan sus funciones fisiológicas directamente sobre el campo, abonando con sus heces fecales los lugares donde van a plantar luego el mijo, el arroz o el trigo? Ellos quieren tener un televisor, un automóvil, un frigorífico y, a ser posible, trabajar en una fábrica. No habría manera de convencerlos de que felicidad no tiene nada que ver con posesión material. No habría manera de convencerlos de que la renta per cápita no traduce una renta per cápita “felicitaria”, sino solamente material. Y, como los políticos, para permanecer y para perpetuarse, precisan constantemente elevar el poder adquisitivo de sus súbditos, y precisan mantenerse en esa tremenda competencia material en la que está sumido, al menos, el mundo occidental, los informes de los sabios no servirán prácticamente para nada.
El tema es como para poner la carne de gallina, porque dicen los sabios que, si continuamos durante 50 o 100 años, sin escuchar sus informes, y guiados únicamente por presupuestos de orden administrativo, político o filosófico, es muy posible que no podamos contar a las generaciones venideras, que no vendrán, la catástrofe de una especie que se auto titula sapiens».
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