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lunes, 21 de marzo de 2022

Hora de decir adiós (I)


  “Time To Say Goodbye” (“Hora de decir adiós”). André Rieu.

Yo nací el nueve de febrero de 1962. Desde entonces, han pasado sesenta años. ¡Dios mío, me he hecho mayor sin darme cuenta! Esos son los años que he vivido… Desconozco los que tengo, porque esos son, en realidad, los que me quedan por vivir.

Soy consciente de que, por mucho tiempo que viva, tengo los días contados, que hay una perspectiva superior y que Dios decide si despertaré a un nuevo día. Quizás parezca que pensar en la muerte es algo deprimente, pero yo creo que es justo lo contrario: recordar que la vida es un regalo con fecha de caducidad, insufla más vitalidad a mi existencia, me da energía y ganas de dar lo mejor de mí misma, de aprovechar todas las oportunidades.

No suelo perder mucho tiempo haciendo cuentas de mis males o de las cosas que me hacen sufrir. Hago inventario de mis bienes, mi lista de motivos de agradecimiento es interminable, y agradezco lo mucho bueno que poseo. Cuando me miro en el espejo, me devuelve la imagen de una mujer con sesenta años, estupendos si no entro en muchos detalles, y en mi recuerdo aparecen las personas que amo, que llevo dentro de mí y ya se marcharon … Y, mientras pueda, quiero salir… y conquistar el mundo.

El mismo día de mi cumpleaños me jubilé. He sido maestra de escuela durante 37 años, 4 meses y 14 días (no es que haya llevado exhaustivamente la cuenta: es lo que se especifica en la resolución de jubilación) y aunque la palabra maestra me queda, sin duda, grande, he procurado serlo. Siempre he trabajado con el pensamiento ilusionante de que lo que hacía no era en vano. Ese ha sido el principal motor para conseguir, cada día, colgar la mochila del desaliento junto a las carteras de mis alumnos/as y ya, liberada de peso, iniciar mi tarea. Hoy me siento satisfecha, pues creo que me he dedicado y entregado a la enseñanza pública con honestidad y responsabilidad. He enseñado todo lo que sé. Me he vaciado para poder seguir llenándome… y aprendiendo. Siempre aprendiendo.

Aunque sé que “las cosas” más importantes se aprenden en casa, me he esforzado en enseñar, sobre todo con el ejemplo, a pensar, a tener capacidad crítica y unos principios morales sólidos y, salvo algunas excepciones, pocas, me he sentido apreciada y apoyada por unas familias que desde el principio entendieron que la educación de sus hijos e hijas era una tarea compartida y depositaron en mí su confianza y la autoridad necesaria.

He tratado de ser buena compañera y nunca he aparentado ser lo que no soy para intentar agradar. Evidentemente, no he podido gustarle a todo el mundo y asumo con naturalidad tanto el reconocimiento, como la desaprobación o la indiferencia. He aprendido de todos mis compañeros/as que, de muy diversas e insospechadas formas, siempre me han proporcionado oportunidades de crecimiento.

Aunque he perdido ya la cuenta de las reformas educativas que he vivido, he pretendido no perder el norte y tener claro lo que debía enseñar. Nunca me he escandalizado ante lo nuevo, pero tampoco he cometido la estupidez de defender cualquier cosa por el solo hecho de ser novedosa.

Reconozco que últimamente, aun siendo muy metódica y minuciosa con mis programaciones y registros, he llevado muy mal perder un tiempo valioso en papeles absurdos con los que nunca se logra nada; tener que hacer fotos y vídeos de cualquier actividad para subirlas a la web y redes sociales del colegio porque si no, es como si no hubieras hecho nada; tener que hacer multitud de actividades, que no daba abasto ya que los horarios no son de plastilina, para cubrir el expediente de celebraciones de Días de vaya usted a saber qué cosa y, sobre todo, me ha costado un gran esfuerzo soportar a tantos y tantos egos inflados que, creyéndose en posesión de la verdad, tienen la solución a los problemas de la educación.

Sé que echaré de menos la escuela y, muy especialmente, a “mis” niños y niñas. Sus ganas de aprender, su fuerza arrolladora, su alegría, sus dificultades, sus temores… han motivado siempre mi trabajo y he disfrutado, hasta el final, de mi profesión.

Pero… es preciso saber cuándo se acaba una etapa de la vida. Si insistes en permanecer en ella más allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido del resto. En la vida, todos estamos encaminados a ir cerrando capítulos, ir dando vuelta a la hoja y seguir adelante.

Ni en mis mejores sueños hubiera imaginado la despedida que mis compañeros/as y todos los alumnos/as del colegio, que conocen muy bien mi amor por las mariposas, me prepararon en secreto. Media hora antes de finalizar la jornada escolar, formaron un largo pasillo agitando mariposas de colores con bellos mensajes, que luego me entregaron. A través de la megafonía, “Dos oruguitas” y “La vida es bella” pusieron la banda sonora. Los que conocéis el blog “Si yo cambio, todo cambia”, sabéis del simbolismo que para mí tienen las mariposas.

Tal vez, os podáis hacer una idea viendo el siguiente vídeo al que he aplicado un efecto especial para proteger la imagen de las personas que en él aparecen.

Y así, entre cientos de mariposas, lágrimas, sonrisas y abrazos, el día de mi jubilación toqué el cielo con las manos y sentí que el siempre abundante y benévolo “universo” (mi buen Dios), me sonreía...

✱ Ver entrada “Hora de decir adiós (II)”.


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