Vivimos entre palabras. Pensamos con palabras, gestionamos nuestra memoria con palabras, hacemos proyectos con palabras, nos entendemos o malentendemos con palabras… Las palabras son imprescindibles para una vida verdaderamente humana, pero tenemos que ser conscientes de que el lenguaje, aunque imprescindible, distorsiona y arruina la realidad. Muchas veces las palabras nos engañan, nos confunden y nos limitan. No sé si, tal como se dice, las palabras se las lleva el viento, pero es cierto que, una vez que han salido de nuestra boca, no se pueden recuperar.
Corren tiempos en los que tenemos que llenar el espacio con sonidos y, por ejemplo, estar en una habitación en silencio, nos pone nerviosos. Hablamos impulsivamente, incluso antes de saber lo que vamos a decir. Nos gusta discutir. Ni siquiera permitimos que el otro termine una frase. Siempre nos interrumpimos.
A lo largo de los años he podido comprobar que, casi siempre, tras la verborrea de una persona que no escucha y no para de hablar, se esconde el primitivismo o la estupidez y que, tras la capacidad de una escucha atenta y del silencio, lo normal, aunque no siempre ocurra, es que se oculte una persona inteligente, cauta y llena de sabiduría que, aun teniendo razón, sabe callarse. Sé que el talento se muestra, más que en saber lo que debemos decir, en saber lo que debemos callar.
Las palabras tienen un poder enorme. Con palabras insultantes, despectivas o agresivas hacemos daño a las personas provocando heridas, creando resentimientos, dolor y creando discordias. Por el contrario, una palabra amable puede suavizar las cosas y hacer que una verdad sea aceptada. Una palabra alegre puede iluminar el día. Una palabra oportuna puede aliviar la carga. Una palabra de amor puede curar y dar felicidad.
En nuestra cultura, tenemos asimilado que decir todo lo que pensamos va unido a conceptos como sinceridad, nobleza, honestidad y transparencia. Algunas personas expresan “todo” lo que piensan y lejos de ser un ejemplo de sinceridad, simplemente son una demostración de insensibilidad y hasta de crueldad. No digo que haya que ser hipócritas y falsos, pero no estamos en posesión de la verdad y aunque así fuera ¿en nombre de esa supuesta verdad se justifica el sufrimiento inútil del ser humano?
Otro aspecto muy importante es que, para llegar a los demás, sobre todo a las personas que amamos, tenemos que ser capaces de expresar nuestras emociones con palabras. Si no lo logramos, poco a poco, los sentimientos se irán transformando en resentimientos.
Tampoco podemos olvidar las formas. Si perdemos las formas, no importa si tenemos razón o no, la persona con la que hablamos se sentirá atacada y su actitud será negativa. Podemos cuidar siempre nuestras formas y hablar sin imponer nuestras ideas.
Finalmente, echarle un poco de sal a nuestro lenguaje o infundir una dosis de humor y ocurrencia a nuestras palabras son herramientas muy sanas y eficaces para conectarnos con nuestros semejantes y también para proteger nuestro equilibrio emocional.
No me gustan las personas arrogantes, tajantes, prepotentes, que lo saben todo mejor que nadie, que siempre tienen que tener razón y que tienen que tener la última palabra.
Me gustan las personas amables, sencillas, que opinan dejando espacio al otro, que cuidan sus formas, que tienen un tono agradable, que reconocen cuando no saben algo, que piden perdón si se equivocan, que aceptan otras opiniones y otros enfoques.
Aprendiza de la vida, me aplico para decir lo que tengo que decir, con sosiego, con tacto, sin herir ni descalificar, intentando expresarme con claridad para que mis palabras no sean tergiversadas. No siempre lo consigo. Y, a veces, harta de explicar lo que no entienden, guardo silencio… Aun así, sigo hablando demasiado y mi gran error es proclamar mi verdad.
- El empleo de sarcasmos
- Es una barbaridad decir siempre todo lo que pensamos
- La forma de decir las cosas
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- Las palabras de elogio y ánimo
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