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lunes, 25 de abril de 2022

Androcles y el león

Este cuento, que algunos convirtieron en fábula, se atribuye a Esopo, pero Fedro, autor que tradujo al latín toda la obra de Esopo, nunca lo incluyó entre sus fábulas.

El primer texto escrito que conservamos de esta historia aparece en la obra “Noctes Atticae” de Aulo Gelio (siglo II d.C.).

Para esta entrada, he hecho una adaptación libre de la historia que Aulo Gelio pone en boca del escritor Apión que, al parecer, vivió los sucesos.

“Androcles” de Jean-Léon Gérôme. Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires.

Estando en Roma, quise presenciar en el anfiteatro “una cacería”. Cuando finalizó el espectáculo, soltaron a la arena una manada de feroces leones. Uno de ellos destacaba por su corpulencia, larga melena y terribles rugidos. El público quedó boquiabierto. Como era costumbre, algunos condenados a muerte serían arrojados, sin arma alguna para defenderse, a las fieras.

Entre los condenados a morir, estaba un esclavo llamado Androcles que esperaba con los ojos cerrados, aterrorizado, el ataque de los leones. En cuando el enorme león lo vio, se paró y, asombrado por su presencia, se acercó poco a poco y, frotándose con su cuerpo, le lamió los pies y las manos.

Androcles, acariciado por el terrible animal, abrió los ojos y se atrevió a mirar al león. Entonces, como si los dos se reconocieran, mostraron su alegría. Ante tal extraño y conmovedor espectáculo, todo el público rompió en aplausos.

El César mandó llamar a Androcles y le preguntó por qué aquella fiera le había perdonado la vida. El esclavo contó una extraña y maravillosa aventura:

«Yo era esclavo del procónsul que gobernaba la provincia de África. A diario me golpeaba sin razón y decidí huir buscando refugio en el desierto. Caminando bajo los abrasadores rayos de sol, encontré una caverna en la que me oculté. Apenas había entrado, llegó un león que andaba con dificultad, tenía una pata ensangrentada y gemía de dolor. Al parecer, era su guarida. Yo me aterré, pero se acercó a mí, mostrándome la pata como pidiéndome ayuda. Se la cogí, le arranqué una espina muy gruesa que se había clavado y le limpié la herida. El león, aliviado de su sufrimiento, se recostó y durmió dejando su pata entre mis manos.

Desde aquel día, durante tres años, vivimos juntos en la misma caverna, compartiendo los alimentos.

Un día, cansado de esa vida, mientras el león cazaba, me alejé de la caverna. Después de tres días caminando, tropecé con unos soldados que me apresaron. Me trajeron a Roma y comparecí ante mi amo que me condenó a morir entregado a las fieras.

Ahora sé que, después de nuestra separación, el león también fue atrapado y hoy, al volver a verme, me ha mostrado su agradecimiento».

La aventura circuló entre el público que pidió el perdón del esclavo al que se le regaló el león. Desde entonces, Androcles paseaba por las calles de la ciudad llevando a su lado al león, atado con una simple correa.

Este fue, según Apión, el relato de Androcles. Los buenos actos siempre son recompensados y los amigos, sin son de verdad, lo son para siempre, sean cuales sean las circunstancias.


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