El término “sincericidio”, que no está recogido en la RAE, hace alusión a una sinceridad excesiva que resulta hiriente para la persona que recibe el mensaje. Consiste en decir la verdad sin prudencia, sin límites, sin tener en cuenta lo que siente o desea el otro y, por tanto, le puede ocasionar daños innecesarios.
Las personas “sincericidas” suelen decir verdades de una manera directa, fría y sin tacto, bajo lemas como “yo es que soy sincero, digo lo que pienso” “yo es que soy muy claro”, “yo voy de cara” o “si no le gusta, lo siento, yo solo digo la verdad”.
La terminación –cidio, que proviene del verbo latino caedĕre, significa “matar” y por extensión, “destruir”. El sincericidio destruye, a través de la sinceridad, no solo a las personas que lo padecen, sino a las que lo cometen, pues nadie querrá tener al lado a una máquina de decir verdades hirientes afectando, así, a sus relaciones interpersonales.
Lo que mejor podemos hacer es comunicar aquello que queremos decir, pero con sensibilidad, encontrando el momento y el contexto adecuado o buscando la mejor forma de hacerlo. No se trata de mentir para no herir, sino de transmitir la información de forma adecuada poniendo ciertos filtros a lo que comunicamos, con independencia de que el mensaje que trasmitimos se ampare en la realidad.
Algunas veces habrá que transmitir ciertas verdades con delicadeza, otras habrá que guardarlas hasta que llegue el momento, otras no compartirlas nunca porque no van a servir para nada o va a empeorar la situación y otras habrá que comunicarlas gradualmente, de manera que la persona tenga tiempo de asimilarlas.
Todos, en algún momento, nos hemos comportado con entera sinceridad, pero si la sinceridad sin filtro es un patrón constante de nuestra personalidad, suele esconder conflictos internos profundos como, por ejemplo, creer que no estamos siendo lo suficientemente valorados por los demás y, por eso, utilizamos la verdad desmedida para reafirmar nuestra seguridad lanzándonos a aportar nuestra visión sobre las decisiones o circunstancias ajenas.
Si nadie nos ha pedido que seamos sinceros, hemos de cuidar cómo y a quién le damos opiniones y consejos sobre su vida, porque podemos hacer más mal que bien.
Antes de lanzarnos a la hora de meternos en la intimidad de otra persona, sería prudente preguntar si le gustaría que le diéramos nuestro parecer o le dijéramos lo que pensamos. En caso de duda, siempre será mejor acompañar con nuestra presencia, una mirada amable o un silencio, que nuestras palabras “omnisapientes”.
La verdad es un arma muy poderosa que transmitida con empatía, inteligencia social y motivada por la buena intención, siempre será productiva.
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