Los niños son divertidos por naturaleza porque son curiosos, tienen ganas de aprender, de saber, de explorar el mundo, de conocerlo y, por eso, preguntan, se interesan y observan. Cuando se es adulto y se alcanza la madurez, es importante mantener la curiosidad y la ilusión vital infantil. Decirle a alguien que es como un niño es un gran piropo, pues supone ser flexible, no partir de presupuestos cerrados, absorber, experimentar y jugar.
Si nos distraemos o nos damos un gustito, conseguiremos salir del aburrimiento, pero sólo momentáneamente. Una persona curiosa, con ganas de aprender e investigar, nunca se aburrirá.
Ser curioso no tiene nada que ver con ser cotilla. La curiosidad nos lleva a aprender y hacer que lo que no es, comience a crearse y luego a funcionar.
Es seguro que nunca podremos saberlo todo, pero sí que podremos interesarnos por muchos, diversos y enriquecedores aspectos que la vida nos propicia.
La vida, hasta el último minuto, nos permite curiosear, aprender, indagar e ilusionarnos. Para eso, hay que tener los ojos muy abiertos, prestar atención y gustar de las sorpresas, lo oculto, de todo lo que no esperamos, es decir, ser como un niño que disfruta de la vida desde el presente, en cada detalle, en cada momento.
La curiosidad nos mantiene el cerebro y la mente activos, consigue que el aburrimiento deje de existir y puede enriquecer a los que nos rodean. Es, en definitiva, un gran acicate para nuestra existencia.
Se envejece cuando se pierde la ilusión, cuando se cree estar de vuelta, cuando uno ya solo espera la muerte.
- El aburrimiento
- Recuperar la capacidad de jugar
- Vive en estado Play
- Volver a jugar
- Volver a jugar a que el mundo nos necesita
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