El doctor Ruskin, médico geriatra y docente, pidió en una ocasión a los profesionales sanitarios que asistían a un curso sobre “Aspectos psicosociales de la vejez”, que describieran cuál sería su estado de ánimo si tuvieran que tratar a casos como el descrito a continuación:
“Una paciente que aparenta su edad cronológica. No se comunica verbalmente ni comprende la palabra hablada. Balbucea de modo incoherente durante horas, parece desorientada en cuanto a su persona, al espacio y al tiempo, aunque da la impresión de que reconoce su propio nombre. No se interesa ni coopera en su propio aseo. Hay que darle de comer comidas blandas, pues no tiene dentadura. Presenta incontinencia de orina y heces, por lo que hay que cambiarla y bañarla a menudo. Babea continuamente y su ropa está siempre manchada. No es capaz de andar. Su patrón de sueño es errático, se despierta frecuentemente por la noche y con sus gritos despierta a los demás. Aunque la mayor parte del tiempo parece tranquila y amable, varias veces al día y sin causa aparente, se pone muy agitada y estalla en crisis de llanto inmotivado. Así son sus días y sus noches”.
Tras este informe clínico, el doctor Ruskin preguntó a los profesionales asistes al curso qué debía hacerse ante tal situación.
Después de discutir el caso, la respuesta que ofrecieron fue, en general, negativa: “cuidar de estos casos es devastador, un modo de dilapidar el tiempo, pues no hay nada que hacer por ellos. Casos como éste deberían estar en residencias de mayores”.
La Prueba de Ruskin termina haciendo circular entre los participantes la fotografía de la paciente referida: una preciosa criatura de seis meses de edad.
Una vez que se sosiegan las protestas del auditorio por haber sido víctimas de un engaño, es el momento de considerar si el compromiso de no discriminar puede ceder ante las diferencias de peso, de edad, de perspectiva vital, de sentimientos que inspira el aspecto físico de los pacientes, o si, por el contrario, ha de sobreponerse a esos datos circunstanciales.
Muchos sanitarios han de convencerse de que la paciente anciana es, como ser humano, tan digna y amable como la niña y que los enfermos que están consumiendo los últimos días de su existencia, incapacitados por la demencia o el dolor, merecen el mismo cuidado y atención que los que están iniciando sus vidas y tienen la incapacidad de la primera infancia.
A todos, sanitarios o no, nos conviene someternos a la prueba de Ruskin. Es una piedra de toque para medir la firmeza de nuestro compromiso de no discriminar.
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Excelente !!!
ResponderEliminarGracias por su comentario.
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