«En una ocasión, el Señor de la Tinieblas convocó en su tenebroso palacio a los más encarnizados enemigos del hombre y se dirigió a ellos de la siguiente manera:
—Llevo miles de años intentando destruir al hombre. Para ello, he creado todo tipo de conflictos y guerras, pero cuando parecía que al final lograba lo que tanto anhelo, aparecía Él y evitaba que el ser humano desapareciera de ese planeta. A veces aparecía disfrazado de sonrisa, otras de una mano amiga e incluso a veces de una simple palabra de consuelo y, sin embargo, a mí nunca me engañó porque supe que tras los mil disfraces se ocultaba mi más terrible enemigo, el Amor. Entregaré la mitad de mi reino a aquel de vosotros que me traiga el cadáver del Amor entre sus brazos.
Uno de aquellos siniestros personajes se abrió paso a golpes entre la multitud, se postró ante el Señor de las Tinieblas y gritó:
—Gran señor, yo soy quien te traerá el cadáver del Amor entre mis brazos, yo soy su enemigo natural, porque yo soy el Odio.
—Ve, amigo mío, y haz mi sueño realidad y gozarás de la mitad de todo mi reino.
En una esquina de aquel salón, oculto tras una columna, un personaje vestido de negro y con un gran sombrero que le tapaba el rostro esbozó una extraña sonrisa.
El odio partió ante la envidia de muchos. Los años pasaron y el Odio regresó cabizbajo y ante el Señor de las Tinieblas manifestó su derrota:
—No entiendo, gran señor, he creado desavenencias, malentendidos y todo tipo de agravios y cuando parecía que mi triunfo estaba cercano, aparecía Él, y al final todo lo suavizaba, todo lo arreglaba.
Tras el odio fueron la Pereza, la Rutina, La Desesperanza y muchos de los peores enemigos del hombre y, sin embargo, todos ellos al final fracasaron.
Súbitamente, se abrió paso entre la multitud aquel silencioso personaje que vestía de negro y que tenía un sombrero que le tapaba el rostro.
—Yo soy quien te traeré el cadáver del Amor entre mis brazos.
—Todos antes que tú han fracasado y tú, a quien ni siquiera conozco, pretendes triunfar. No me importunes, todo está perdido.
Aquel extraño personaje partió.
Pasaron años y de repente se presentó ante el Señor de las Tinieblas con el cadáver del Amor entre sus brazos.
—Lo has logrado, has conseguido lo imposible, tuya es la mitad de mi reino, pero, por favor, antes de partir dime quién eres.
Aquel personaje se quitó solemnemente su gran sombrero y con un susurro que, sin embargo, hizo temblar a todos los presentes, dijo:
—Yo soy el miedo».
- El poder del miedo
- El temor a lo desconocido
- Nuestro miedo más profundo
- Un mundo sin miedo
- Vivir sin miedo
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