Un hombre murió repentinamente. Al darse cuenta, vio que se acercaba un ser muy especial que no se parecía a ningún ser humano. Llevaba una maleta consigo y le dijo:
—Amigo mío, es hora de irnos: soy la muerte.
El hombre, asombrado, le preguntó:
—¿Ya?… ¡tan pronto!… Tenía muchos planes…
—Lo siento, amigo, pero es el momento de tu partida.
—¿Qué traes en esa maleta? —preguntó el hombre.
—Tus pertenencias…
—¿Mis pertenencias? ¿Mis cosas, mis ropas, mi dinero...?
—Lo siento: las cosas materiales que tenías, nunca te pertenecieron. Eran de la tierra.
—¿Traes entonces mis recuerdos?
—Esos ya no vienen contigo. Nunca te pertenecieron. Eran del tiempo.
—¿Traes mis talentos?
—No. Nunca te pertenecieron. Eran de las circunstancias.
—¿Traes a mis amigos, a mis familiares?
—Tampoco. Ellos eran del camino.
—¿Traes a mi mujer y a mis hijos?
—Nunca te pertenecieron. Eran de tu corazón.
—¿Traes mi cuerpo?
—Ya te dije que es propiedad de la tierra.
—Entonces, ¿traes mi alma?
—El alma es de Dios.
Entonces el hombre lleno de miedo arrebató a la muerte la maleta y al abrirla se dio cuenta que estaba vacía.
Con una lágrima de desamparo brotando de sus ojos, el hombre le dijo:
—¿Nunca tuve nada?
—Sí amigo mío… Cada uno de los momentos que viviste, fueron solo tuyos.
- Cinco formas de riqueza
- El diamante
- El efecto “Tres meses”
- El oro del avaro
- El valor de lo que compramos
No hay comentarios
Publicar un comentario en la entrada