Tenemos miedo a la libertad, a la soledad... y nos atamos voluntariamente, llenándonos de pesadas cadenas, y luego nos quejamos de no ser libres. Tememos el riesgo de volar por nosotros mismos y preferimos ser esclavos de unos esquemas.
Las mujeres se atan a sus maridos, a sus hijos… Los maridos a sus mujeres, a sus negocios… Todos nos atamos a los deseos y nuestro argumento y justificación es, casi siempre, el amor. ¿Qué amor? La realidad es que nos amamos a nosotros mismos, pero, además, con un amor adulterado y raquítico que sólo abarca el yo, el ego. Ni siquiera somos capaces de amarnos a nosotros mismos en libertad. Entonces, ¿cómo vamos a saber amar a los demás?
Nos hemos acostumbrado a la cárcel de lo viejo y preferimos dormir para no descubrir la libertad que supone lo nuevo. La Buena Nueva fue rechazada porque no querían la liberación personal, sino un caudillo que los guiase.
Quien no puede pensar por encima de una ideología, es un esclavo y vive dormido. El que piensa como marxista, no piensa; el que piensa como budista, no piensa; el que piensa como musulmán, no piensa, el que piensa como católico no piensa... Son pensados por su ideología.
La religión, que es en sí una cosa buena, en manos de gente dormida puede hacer mucho daño. Podemos ver las barbaridades cometidas a lo largo de la historia, en nombre de Dios y creyendo que se hacía el bien. Si no se sabe emplear la religión en esencia, en libertad, sin fanatismos ni ideologías, puede hacerse mucho daño y, de hecho, se sigue haciendo.
Sólo despierta quien desea despertarse. ¿Qué hace falta para despertarse?
Lo primero que se necesita es saber que se está durmiendo y soñando pues lo peor y más peligroso del que duerme, es creer que está despierto y confundir sus sueños con la realidad.
Para despertar hay que estar dispuesto a escucharlo todo, más allá de los cartelitos de buenos y malos, con receptividad, que no quiere decir credulidad. Hay que cuestionarlo todo. Si nos identificamos con las teorías sin cuestionarlas y nos las tragamos almacenándolas en la mente, es que seguimos dormidos.
Para despertarse no hace falta esfuerzo, ni juventud, ni discurrir mucho. Sólo hace falta la capacidad de pensar algo nuevo, de ver algo nuevo y de descubrir lo desconocido, es decir, movernos fuera de los esquemas que tenemos y mirar con ojos nuevos la realidad.
- Cuentos para “despertar” de Anthony de Mello
- Despertar
- ¡Despierta y vive!
- Dos años despertando
- El poder de cambiar
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