«Cada verano, salgo a caminar una hora por la playa antes de que el sol implacable se eleve en el firmamento.
Una mañana observé a un joven que se agachaba en la arena, cogía algo, corría hacia el mar, lo lanzaba lejos y volvía a recoger lo que fuera en la arena. Picado por la curiosidad, me acerqué y comprobé que se trataba de estrellas de mar que tiraba mar adentro.
Pregunté al chico qué estaba haciendo y me contestó que salvar estrellas de mar antes de que el sol las deshidratase y murieran. Le argumenté que había cientos o miles fuera del agua y que no podría salvar a todas. El joven miró a la estrella que tenía en la mano, después me miró a mí y con convicción me dijo: “Es verdad, no podré salvar a todas, pero ésta notará la diferencia”. Y continuó febrilmente con su generosa actividad.
Seguí caminando y regresé a casa. La frase “pero ésta notará la diferencia” hacía eco en mi cerebro. Comprendí que un pequeño gesto conlleva un pequeño cambio que, si bien puede no llegar a afectar a los resultados finales, siempre es valioso —y a veces vital— para quien se beneficia de él.
A la mañana siguiente pensé en lo importante que era para una sola estrella de mar ese gesto. Era muy temprano cuando un paseante advirtió con asombro que dos personas, una joven y otra menos joven, corrían de la playa a la mar y lanzaban algo; parecía un baile o un ritual. Lentamente empezó a acercarse para ver con exactitud lo que hacían…».
- A veces lo normal puede ser extraordinario
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