Fuente: “Deja de quejarte y libérate” de Brenda Barnaby.
La queja es contagiosa y predispone a los demás a quejarse; tiende a expandirse como reguero de pólvora, se enquista en todo campo propicio y se convierte en una forma de ser quejosa. Por eso, hemos de guardar una distancia prudencial de las personas adictas a la queja o a la crítica o, por lo menos, tomar ciertas precauciones para que no nos afecten.
La influencia de estas personas nos debilita, nos predispone mal, porque contagian pesimismo y nos producen desconfianza de todos y de todo, por lo cual, poner distancia, o por lo menos un freno a sus comentarios, es una manera de fortalecernos.
No debemos dejar que nos influencien negativamente, que nos predispongan a la tristeza, el enojo, la cizaña y discordia.
Será necesario, también, identificar a estas personas. Las características de los quejosos son:
- Se hallan sumamente insatisfechos de su vida, lo que les genera un alto grado de frustración y decepción.
- Son pesimistas.
- Hacen amenazas.
- Una característica común de todos ellos es el enojo y la indignación.
- Piden justicia o retribución, aunque nunca definan bien a ninguna de las dos.
- Reclaman permanentemente atención.
- Todo el tiempo exigen explicaciones.
- Tienen un profundo deseo de que sus preocupaciones sean reconocidas.
Un modo efectivo de frenar sus embestidas verbales es preguntarles qué solución tienen para el problema del que se están quejando o decirles por qué no manifiestan su enojo o preocupación ante la persona o entidad que corresponda, a fin de poder llegar a una salida satisfactoria. Como la mayoría de los practicantes de estos deportes, lo hacen de manera automática, no sabrán qué responder y seguramente opten por el silencio.
- El papel de víctima
- El virus del pesimismo
- Familias tóxicas
- Las “personas-medicina”
- Sembradores de alegría
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