Nos entristecemos, se supone, por la suerte de los que tienen desgracias y sufren, pero, la mayoría de las veces, algunos se las arreglan para sacar partido de estas desgracias.
¿Un comerciante quiebra? Muy bien, van a recuperar su clientela.
¿Dos países entran en guerra? Formidable, les vendarán armas a uno y a otro…
La vida personal y colectiva de los humanos está llena de estos cálculos.
Si nos preocupásemos verdaderamente del bienestar de nuestros semejantes, ¡cuántas mejoras llegaríamos a realizar!
Nos contentamos con constatar el mal y repetimos: “¿Cómo es posible? ¿Por qué suceden cosas así? ¡Qué horror!”, pero a poco que las condiciones se presten para ello, esto no nos impide arreglar nuestros asuntos a costa de los demás.
Esta es la triste realidad: la desgracia de unos es la dicha de otros.
En esta Tierra, el mal tiene todavía en qué ocuparse y alegrarse.
- La corneja
- La luciérnaga
- La mangosta y el bebé
- La ratonera
- La serpiente y el ermita
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