Cuando la adversidad llega a nuestras vidas, se activa una señal de alarma que pone en estado de alerta nuestro cuerpo.
El sistema nervioso simpático se activa y provoca una serie de cambios a nivel hormonal que repercuten en lo que pensamos, hacemos y sentimos.
El cuerpo se estresa, suben los niveles de cortisol y adrenalina, y perdemos el equilibrio tan necesario para poder pensar con perspectiva.
Pensamos peor, ya que nos focalizamos en evitar la adversidad o en huir lo más rápido posible de ella.
La adversidad se sitúa en el centro de nuestra vida, reclama toda nuestra atención y no nos permite disfrutar de las pequeñas alegrías cotidianas.
Pero ¿qué ocurre cuando convertimos la adversidad en un reto?
Cuando eliminamos el componente de amenaza en nuestras valoraciones, nuestro cerebro activa todas las funciones superiores y las pone al servicio de nuestra misión: afrontar un reto.
Nos gustan los retos, nos gusta superarnos, nos gustan los logros. Ante un reto nos excitamos, nos activamos y somos capaces de desarrollar habilidades que no sabíamos que teníamos.
Tengamos siempre presente que ante la adversidad pensamos peor, pero ante un reto siempre pensaremos mejor.
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