Prestar ayuda no es llegar y decirle al otro lo que tiene que hacer u ofrecerle lo que creemos que necesita. Requiere de otros ingredientes y valores que facilitarán que el otro acepte y se deje ayudar. Veamos qué podemos hacer para ofrecer y dar ayuda.
Antes de ofrecer ayuda, acepta las diferencias. Cuando ofrecemos ayuda, o cuando realizamos un regalo, normalmente lo hacemos en función de lo que a nosotros nos agradaría. Es más sencillo pensar en los demás a partir de lo que nos gustaría o no facilitaría la vida a nosotros. Por eso, cuando ofreces ayuda no siempre aciertas con lo que la otra persona necesita. No te sientas mal si la rechaza. Puede que, a pesar de toda tu buena voluntad, no sea la clase de ayuda que necesita.
Busca el momento adecuado para ofrecerte. Aunque tú percibas la urgencia de la necesidad de ayudar, si el otro no está emocionalmente receptivo, ni te escuchará ni se dejará ayudar. Trata de que esté calmado, de que disponga de tiempo para escucharte, plantearte dudas, comprometerse contigo… No es lo mismo que se deje ayudar por no escucharte más que porque esté convencido de que es bueno para su persona.
Más “qué necesitas” y menos “qué tienes que hacer”. Es más fácil ayudar preguntando que dando consejos. Dar consejos sin saber si son viables es poner a la otra persona en un compromiso. Cuando sepas que alguien necesita ayuda, simplemente pregunta: “¿Qué necesitas de mí?”. O bien “En qué te puedo ayudar”. A veces lo que más necesita el otro es que permanezcas a su lado, sin decir ni hacer nada, por duro que te parezca. La ayuda tiene que servir a la persona que está sufriendo, no a quien desea aportar algo.
Di concretamente en qué puedes ayudar. Cuando alguien está en plena crisis, le ayudará poco que le digas: “Avísame cuando me necesites”. El otro está confuso, perdido, nervioso, apático…, le resulta imposible concretar. Es preferible ofrecerse con algo concreto, por ejemplo: “¿Querrías que esta semana te llevara a los niños al colegio mientras tú vas a tus revisiones en el hospital?”.
Ayuda sin condiciones. Ayudar pidiendo algo a cambio no es ayuda, es manipulación. Y no me refiero a que te lo paguen, sino a comentarios como. “Yo te acompaño a la terapia, pero tú prométeme que no llamarás más a tu ex”. Cuando uno ofrece ayuda, solo tiene que verbalizar: “No te preocupes, yo te acompaño a terapia”. Este tipo de presión es típico entre personas entre las que existe un alto grado de confianza.
Tu ayuda tiene que facilitarle la vida. A veces ofrecemos ayuda con ideas que a nosotros nos parecen sencillas, pero que para la otra persona pueden ser un mundo. Tus ayudas tienen que ser sencillas de poner en práctica para la otra persona; no deben dificultarle más el momento por el que está pasando. Un ejemplo es cuando alguien ha perdido a su mascota, a un familiar, se ha separado, está atravesando un período triste a solas, y le pedimos que se venga a nuestra casa. Para esa persona, salir de su seguridad, de su cafetera, de su cama, es un motivo más de estrés. Si deseas ofrecer compañía y puedes, ofrécete tú a ir a la suya. No insistas en sacarle de las pocas rutinas que todavía la mantienen segura.
No pases factura. Si le recuerdas al otro que tú le ayudaste en un momento delicado y que ahora esa persona debería responder o ayudarte o lo que sea, no volverá a dejarse ayudar por ti. En la vida esa reciprocidad debería ser natural, no impuesta. Puedes elegir a las personas a las que prestar ayuda, pero si lo haces, que sea desde el corazón, no para recordarles en un futuro que tú estuviste ahí.
Acepta que el otro no desee que le ayudes. No podemos ayudar a quien no desea recibir ayuda. Igual no ha llegado su momento. Igual no está preparado. Igual no tiene confianza. Igual no eres la persona adecuada. Sea cual sea el motivo, no te sientas mal, no lo tomes como algo personal. Estoy segura de que, aun así, te lo agradece muchísimo. Hay personas que se han educado en el dar, pero no en el recibir. No están acostumbradas a que les ayuden y no saben aceptarlo.
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