La vida es una senda. Para unas personas es más larga y para otras lo es menos, pero para todos surge del punto llamando nacimiento y concluye en el punto llamado muerte. Con desigual fortuna hollamos esa senda a lo largo de unos años. Somos viajeros por la Vía Láctea.
Muchas personas a la vez pueden caminar por esa senda (hay muchos coincidentes vitales), pero cada uno tiene sus ansiedades, sus miedos y pesares, sus alegrías y sus gozos, sus reacciones. Millones de soledades caminando por la Vía Láctea. La soledad es un hecho. Aunque durmamos con diez personas en una habitación, cada uno duerme en sí mismo y tiene sus sueños. La soledad es inevitable. La soledad significa que nos sentimos solos, aunque estemos acompañados de millones de seres. Mientras uno se sienta separado, hay soledad, hay angustia, hay miedo.
Muchas veces el sentimiento exacerbado de soledad se intensifica porque no nos encontramos lo suficientemente bien en nosotros mismos o porque experimentamos tristeza o tedio cuando nos hallamos a solas o porque no sabemos utilizar esa soledad como herramienta para conocernos, sentirnos, enriquecernos o llevar a cabo con motivación cualquier actividad.
Hay que saber asumir la soledad e integrarla en la propia vida, sin resistirse inútilmente a ella, pues entonces se genera el sentimiento de soledad que puede, a su vez, dar paso al sentimiento neurótico de soledad, consistente en no poder permanecer con uno mismo y tener que utilizar toda suerte de escapes para mitigar ese sentimiento de pesadumbre o impotencia.
La soledad nos puede ayudar a sentirnos y vivirnos a nosotros mismos más íntima e inmensamente, enseñándonos otro modo de percibir, sentir y experimentar. Hay que ejercitarse para estar bien en soledad y en compañía, y comprender que el problema no es la soledad, sino si la misma engendra un sentimiento de penumbra y malestar.
La soledad también puede ser muy creativa y constructiva y unos minutos diarios de real soledad, sin escapismos de ningún tipo, nos ayudan a desconectar, a recoger la mente en sí misma y a sentir nuestro yo verdadero e incluso desenmascarar aquello que lo esconde y oculta. La soledad es una ocasión muy especial no solo para conocerse y sentirse, sino también para equilibrarse, sosegarse y desarrollar la creatividad de cualquier orden o cualquier tipo de aprendizaje.
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