Este cuento está incluido en el libro “50 cuentos para aprender a meditar” de Manuel Fernández Muñoz.
Hace mucho tiempo, una mujer sufrió la pérdida repentina de su marido. Habían estado toda la vida juntos y ella se pasaba todo el día llorando.
Como no consiguió acostumbrarse a su ausencia, un día entró en el templo y, de rodillas, suplicó a Dios que le mostrara dónde estaba su marido: en el cielo, en el infierno o si, sencillamente, había dejado de existir.
Esa misma noche tuvo un sueño. Soñó que un ángel la acompañaba hasta un lugar muy hermoso: un bello jardín donde cientos de globos de colores se elevaban por el cielo. Tan impresionada quedó ante lo que estaba viendo, que quiso saber adónde iban todos esos globos. El ángel, mirándola con dulzura, le dijo: “Viajan hasta Dios. Son las almas de las personas buenas que han dejado ya sus cuerpos humanos”.
En ese momento, la mujer se dio cuenta de que había algunos globos que estaban sujetos a la tierra por un cordel y le preguntó al ángel: “¿Entonces los globos que están sujetos son los de las almas que se han portado mal y no pueden llegar hasta Dios?”.
“¡No!”, respondió el ángel. “Son las almas que están amarradas por el sufrimiento de sus seres queridos, que no las dejan irse. Se quedan atrapadas aquí, sufriendo, porque sus familiares no las han sabido soltar”.
En aquel momento la mujer, comprendiendo lo que el ángel quería decirle, no pudo contener las lágrimas e hizo el firme propósito de aceptar la realidad y de superar el dolor de la pérdida, sabiendo que algún día su marido y ella volverían a reunirse “en la habitación de al lado”. (Así llamaba San Agustín a la otra vida).
Y justo en ese momento, un globo se soltó de su cordel y subió hasta el cielo.
Al ver esto, el ángel sonrió y ella despertó del “sueño”.
- Cerrando círculos
- Dejar ir
- Historia de un sueño
- Buen viaje y hasta luego
- La dama y la muerte
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