Muchas personas tienen necesidad de entronizar al ser querido y cuando éste no está a la altura de las circunstancias o de la imagen proyectada, se vienen abajo y se desencantan. Cuando el amor se sustenta sobre ilusiones, en cuanto fallan las idealizaciones, se desencadenan la tristeza, la frustración, el desencanto e incluso cierto resentimiento incontrolado que conducen al desamor o al desencuentro: el hijo se siente muy mal cuando el padre no cumple las expectativas, el padre se siente decepcionado cuando el hijo no asume la descripción que ha tejido sobre él, los hermanos se sienten dañados porque esperan demasiado de sus hermanos, los amigos se sienten defraudados cuando otros no han procedido como ellos, subjetivamente, pensaban que debían hacerlo.
El amor no debe “inventar” a las otras personas basándose en una infantil admiración y en falsas expectativas. Es signo del amor maduro aprender a ver y aceptar conscientemente a las personas queridas, al margen de proyecciones o esquemas previos. Se trata de contemplar a las otras personas y quererlas como son.
No hemos de sentir a nadie como imprescindible ni querer ser imprescindibles para los otros, pues ambas actitudes conllevan un sentimiento de manipulación y dependencia insana.
Nuestros deseos no tienen por qué ser los de los demás y tampoco podemos exigir que nos demuestren que nos quieren de la manera que se lo imponemos.
- Cosas que he aprendido
- Cualidades del amor
- Generar confianza
- Las expectativas
- Lo que no podemos cambiar
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