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domingo, 8 de septiembre de 2019

Dos contra el mundo

Una propuesta de reflexión para el comienzo del nuevo curso escolar.

Fuente: “Rompe con tu zona de confort” de Gregory Cajina.

La labor de padre/madre, en la que, sin duda, se cometen muchos errores, a veces inadvertidos, es posiblemente la profesión más difícil que haya.

Nuestra sociedad, la que nos hemos inventado, presenta un modelo idóneo de relación padre-madre-niño-niña en el que los dos primeros (o solo uno) se dedican a batallar contra dragones y malvados para proteger a la progenie.

Los modelos de vida próspera, que nos hacen querer más y más, presionan y convierten a los padres en dos contra el mundo y no dan abasto. Tiene sentido, ¿no?

Quizá no.

En la actualidad los niños han perdido el rol de formar parte activa de la familia y se han convertido en su centro y ombligo.

Hoy cubrimos a los niños con cosas, con regalos, con sustitutos materiales de lo que realmente necesitan: atención, educación, guía, consideración, autoconfianza…

Antes o después, el niño está destinado a dejar atrás a sus progenitores. Por tanto, el amor de padres, quizá, n0 signifique “entrego mi vida por ti, hijo mío”, sino posiblemente “como madre/padre me sigo haciendo cargo de mi propia vida y te guío y acompaño hasta que te hagas cargo de la tuya”.

Un niño no es un adulto pequeño. Los niños se hallan en una fase temprana de desarrollo de su cerebro que los aproxima más a su yo superviviente (“protégeme, nútreme, cuídame”). Lo normal en los niños, su rol, es el de recibir… que no es lo mismo que ser el centro del Universo. De la misma manera, un adolescente no entiende mucho de cooperación. El dar y el cooperar solo se abrirán camino gradualmente, en función de la propia maduración de su córtex cerebral, de su educación y del entorno que lo rodea.

Podemos obligar a un niño a compartir o a un adolescente a cooperar, pero no podemos obligarle a que quiera compartir o cooperar.

… Y, mientras, los niños aprenden de sus padres lo que ven, no lo que se les manda. Los chavales tienen una memoria prodigiosa para olvidar lo que se les dice que deben hacer cuando lo que ven en acción de sus tutores es incoherente.

Este es el camino de la madurez humana: del niño dependiente al adolescente independiente, y de ahí hacia el sano adulto interdependiente.


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