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martes, 3 de septiembre de 2019

¿Optimista o positivo?

Fuente: “Rompe con tu zona de confort” de Gregory Cajina.

El cerebro tiene un dispositivo (SAR, Sistema de Activación Reticular) que actúa de interruptor para conectar o desactivar las conexiones dispuestas entre nuestra mente racional y la de supervivencia.

Cuando experimentamos cierto miedo o temor, podemos actuar acordemente, buscando opciones, aprovechando el “subidón” de los productos químicos vigorizantes que nuestro propio cuerpo genera. Sin embargo, cuando el grado de miedo es demasiado elevado y nos adentramos en el campo del pánico, ese resorte salta, desconectando nuestra mente racional para pasar al modo de supervivencia: luchar, huir o, con terror extremo, quedarnos paralizados.

La disposición de un individuo positivo, basada en la autoconfianza, es muy efectiva ante problemáticas potencialmente generadoras de miedo extremo, pues tiene la certeza de que hay una o más soluciones ante ese contratiempo y dedicará sus energías a pensar, visualizar, actuar y fabricarse esas soluciones. En algunas ocasiones confiará en… y/o se abandonará a…

Actuando de este modo, nuestro cerebro se relaja y puede responder o, incluso, anticiparse a las circunstancias.

Ser positivo implica comportarse como un buscador de opciones válidas.

Sin esa confianza en los propios recursos, el miedo, exacerbado por nuestra percepción subjetiva y, por tanto, distorsionadora de la realidad, puede pasar de un salto al pánico. Y es entonces cuando dejamos de regir y nos vemos arrastrados a la irracional guía de nuestro instinto de supervivencia.

Un optimista, en lugar de generar las mejores opciones ante un problema de cierta magnitud, opta por creerse que la situación no supone tal problema, que este no es tan considerable, o que cuenta con más tiempo del que realmente dispone para reaccionar.

El optimismo anestesia la parte de nuestra mente que clama por advertirnos de que algo no está funcionando bien, acallándola y distorsionando la percepción del escenario de deberíamos estar valorando con mayor rigor.

Así, por ejemplo, ante un destructivo huracán en El Caribe, un turista positivo se centraría en hallar, sin pánico, las mejores opciones para guarecerse y un turista optimista aguardará mirando a las nubes, confiando en que el huracán solo serán unas rachas de mucho viento.

Ser optimista puede salir caro.


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