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domingo, 25 de octubre de 2020

El planeta azul llamado Tierra

Fuente: “Parábolas para vivir en plenitud” de Antonio Pérez Esclarín.

«Los científicos del planeta V3 perteneciente a la galaxia Imaginaria, lograron reunir una serie de indicios de que existía vida en aquel minúsculo planeta azul. Y enviaron unos emisarios para que averiguaran.

Estuvieron un tiempo camuflados viviendo con los terrícolas, sin darse a conocer. Cuando regresaron a su galaxia y a su planeta, presentaron un largo informe, del que copiamos algunos trozos:

“—Sí. Hay vida, y muy variada, en el planeta azul, cuyos habitantes llaman Tierra. Está habitado por unos seres muy violentos que han desarrollado una enorme capacidad de destrucción. Gastan inmensas fortunas para aniquilarse unos a otros, pero no son capaces de combatir la pobreza, la miseria y el hambre. Tienen almacenada una enorme cantidad de armas nucleares con las que podrían acabar varias veces con todo vestigio de vida. Mientras algunos tiran los alimentos, gastan enormes cantidades para bajar de peso y hasta se operan para quitarse la gordura, otros muchos mueren de hambre. Les encanta matar los árboles, los ríos y hasta están empecinados en acabar con los océanos en los que descargan basuras y materiales tóxicos. Algunos viven en palacios y tienen varias mansiones, mientras otros muchos duermen en la calle por no tener cobijo. La mayoría afirma creer en Dios, pero a quien verdaderamente adoran es al dinero al que sacrifican vidas y personas. Sobresalen por su incoherencia y sus mentiras: aseguran que todos son iguales y hasta lo proclaman en sus constituciones, pero se desprecian unos a otros, se esclavizan y tienen unas diferencias de sueldos y de niveles de vida increíbles. Dicen que quieren mucho a los niños, pero algunos los golpean, los abandonan, los ponen a trabajar en condiciones vergonzosas, los prostituyen y hasta matan. En algunos países los están sustituyendo por mascotas”.

Seguía el informe presentando una gran variedad de datos y de situaciones increíbles. Y los autores lo cerraban de este modo: “Por todo esto, concluimos que los habitantes del planeta Tierra han desarrollado un tipo de inteligencia irracional y autodestructiva, totalmente desconocida por nosotros. Mucho nos tememos que, si siguen así, pronto culminarán su tarea y lograrán destruirse por completo”.

Ciertamente, el planeta Tierra parece haber perdido la brújula y anda a la deriva. Tras tanto desarrollo científico y tecnológico, impera el darwinismo social, la ley de la selva, la sobrevivencia de los más fuertes. Las desigualdades se agigantan de un modo vergonzoso entre países y entre grupos dentro de cada país. Los 225 personajes más ricos en el mundo acumulan una riqueza equivalente a la que tienen los 2.500 millones de habitantes más pobres, es decir, el 47% de la población total. Los tres personajes más acaudalados del planeta tienen activos que superan el PIB (Producto Interior Bruto) combinado de los 48 países más pobres. Mil millones de personas viven con menos de un dólar diario, mientras que unos pocos multimillonarios aumentan sus fortunas en 500 dólares cada segundo. Algunos países de América Latina baten el récord mundial de las desigualdades sociales. En México, 24 familias tienen ingresos superiores a 24 millones de mexicanos. Algunos ejecutivos mexicanos ganan hasta 124 veces más que sus obreros. En Brasil, el 10% de la población acapara el 60% del ingreso nacional.

Una de las mayores preocupaciones de los privilegiados es cómo consumir sin engordar y, solo en Estados Unidos, se realizan al año más de cuatrocientas mil liposucciones para quitarse la grasa, mientras que cada día mueren de hambre unos 35.000 niños. El hambre y la pobreza ocasionan cada año más muertes que todas las víctimas de la Segunda Guerra Mundial. Cada minuto se gasta más de un millón de dólares en armas, lo que supone ochocientos mil millones de dólares al año. Un solo tanque moderno equivale al presupuesto anual de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación). Las grandes potencias tienen almacenadas más de 60.000 bombas nucleares, que equivalen a cuatro toneladas de explosivos por cada habitante del planeta. Bastaría el precio de un avión norteamericano B-2 para alimentar a los 13 millones de africanos y africanas que no tienen nada, absolutamente nada que comer.

Cuanto mayor es el éxito en la invención y creación de nuevas armas cada vez más sofisticadas y eficaces, más fracasamos en construir la paz.

A la cruda y espantosa miseria de miles de millones de personas, habría que añadir la creciente miseria humana y espiritual de los satisfechos. Millones se deshumanizan al tener que vivir en condiciones inhumanas, otros se deshumanizan al volverse insensibles ante el dolor de sus semejantes. Muchos matan para tener, otros matan –o mandan matar– para defender lo que tienen y para impedir que los demás tengan. Los miserables asaltan con cuchillos y pistolas, los poderosos aniquilan con *combas inteligentes.

La selva humana está resultando mucho más cruel que la de los animales: estos no acaparan o amontonan, ni privan a los demás, si están hartos. Algunos gobiernos, para atraer la inversión extranjera, han contribuido a degradar y súper-explotar la fuerza de trabajo, volviendo a situaciones de esclavitud que parecían definitivamente superadas. Particularmente graves son las condiciones de trabajo que impone el capital transnacional en las *maquilas. Las mujeres, que son preferidas para este tipo de trabajo, deben someterse a pruebas de embarazo, trabajan jornadas de 14 horas o más, son vigiladas permanentemente y no se les permite ni ir al baño, a no ser en unos pocos minutos previamente reglamentados. Les está prohibida toda forma de organización para velar por sus derechos, sufren con frecuencia maltratos y acoso sexual, y la mayoría gana menos de un dólar diario. En 1997, Michael Jordan ganó por su publicidad de los zapatos Nike, más que los 30.000 obreros indonesios de dicha industria.

En un mundo que invita a todos al festín del consumo y del tener, pero cierra las puertas a las mayorías que no pueden pagar la entrada, aumenta de un modo vertiginoso la violencia. Violencia del exhibicionismo de los que tienen, ostentan y derrochan, violencia de los que buscan tener a cualquier precio (asalto, robo, prostitución, tráfico de drogas, de niños, de órganos…), violencia de los aparatos represivos, que en vano intentarán poner orden en un mundo estructuralmente desordenado. Las cárceles inhumanas e inmundas, donde se cultiva con tenacidad el odio y la violencia, verdaderas escuelas de delincuencia, se llenan y rellenan de pobres (raramente un delincuente de cuello blanco y corbata va a la cárcel o, si va, es a una cárcel “especial”), y la seguridad es un privilegio del que cada vez pueden disfrutar menos personas. En muchas ciudades y barriadas, seguir con vida es tan solo cuestión de suerte. Cada lunes, los periódicos de las principales ciudades del sur ofrecen el balance de víctimas por la delincuencia como un abultadísimo parte de guerra.

Por todas partes impera el desorden y la violencia. Mueren los ríos y los árboles, cada vez se siente más débil y lejano el canto de los pájaros, la contaminación nos tapa las estrellas y el hueco en la capa de ozono amenaza con engullir la vida. Llenos de ruidos y de prisas, somos incapaces de escuchar los lamentos de la tierra herida, los gritos de hambre y de dolor de nuestros hermanos, y el rumor sordo de nuestra creciente soledad».

* Comba: Maza, martillo grande. Golpe dado con el puño en la cabeza.
* Maquila: Trabajo de manufactura textil parcial realizado por encargo de una empresa.



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