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miércoles, 6 de julio de 2011

El ordenador y yo

En agosto de 2005, pagué mi primer ordenador. Digo pagué porque, en realidad, fue lo único que hice, pues lo escogió, compró, instaló, configuró, etc., etc. Fernando, un joven que había estudiado informática y por entonces era novio de una de mis sobrinas. A los pocos días, contraté la línea ADSL.

Ambas cosas fueron un paso importante en mi vida porque yo rechazaba, visceralmente, todo cuanto tuviera que ver con la informática.

Hasta entonces, con mi Olivetti, recortando aquí, pegando allá y con una fotocopiadora, me las ingeniaba muy bien para elaborar material para mis clases y presentar mis trabajos y programaciones. En cuanto a la búsqueda de información y documentación, y no es echarme flores, siempre he sido un ratón, en mi caso una ratona, de biblioteca.

No obstante, tan solo tuve que observar los acabados de trabajos hechos, por ejemplo, con Word. Luego, descubrir cuántas cosas podían contarse, de forma muy bella, con PowerPoint y lo que se podía hacer con las fotos, con los vídeos, con la música… y algo, para mí muy importante, cómo crear una base de datos con la que organizar mi biblioteca.

Pero sobre todas las cosas, no quería ser una analfabeta.

Cuando yo era joven, más joven aún, e iba a Correos a certificar una carta, muchas veces, había dos o tres personas mayores que no sabían escribir y que me pedían, casi suplicaban, les rellenara los impresos para enviar, casi siempre, un giro postal o un paquete a un hijo que estaba haciendo el servicio militar. Al parecer, los funcionarios/as de turno les decían que ellos/as tenían prohibido rellenar los impresos a los usuarios. (Hay que ser muy “asaura” que se dice en mi tierra o tener muy “mala follá” que se dice en mi ciudad vecina de Granada). Yo no quiero que me ocurra eso con el ordenador.

Por no saber, yo no sabía ni manejar el ratón. Sí, sí… eso que hacen tan bien los niños y niñas de tres años… Pues no había manera de hacer diana con aquella flecha diabólica, en el centro de algún icono en el que luego, además, había que hacer clic unas veces con el botón izquierdo y otras con el derecho.

Del argot para qué hablar: hardware, software, drivers…

Otra cosa: el inglés. En mi colegio solo tuve la oportunidad de aprender francés. En el instituto, seguí estudiando francés… Después, siempre consideré que en mi vida tenía cosas más importantes que hacer que aprender inglés. De todas formas, consciente de su importancia, lo intenté dos veces con esos “maravillosos” métodos por fascículos. En ambas ocasiones, llegué hasta la lección quinta.

Con la ayuda de la gente joven que te rodea, puedes contar más bien poco porque, aparte de no enterarte de nada cuando les preguntas, al final terminas con un frustrante complejo de espécimen anacrónico, casi prehistórico.

Así que me eché “palante” e inicié la aventura de forma autodidacta, eso sí, echándole muchas horas y con la ayuda de cientos de personas que, en la red, muy generosamente, solucionan, a través de sus blogs o páginas webs, los problemas que con el ordenador, tenemos los que sabemos muy poco. Además, lo hacen con mucha claridad, paso por paso, con ejemplos…; personas que crean gadgets preciosos para decorar nuestros blogs; personas que ponen a los vídeos subtítulos en español, que hacen públicos sus álbumes de fotos magníficas y vídeos maravillosos...

¡Cuánta generosidad! ¡Qué imaginación! ¡Cuánta creatividad!

Hoy no me manejo muy mal del todo e incluso soy capaz de resolver las dudas y problemas de algunos amigos/as y compañeros/as.

Gracias a todos y a todas (incluidos los traductores automáticos).


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