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lunes, 25 de mayo de 2020

Al borde de un ataque de nervios

Fuente: “Intensa-mente” de Sònia Cervantes.


Factores que predisponen a sufrir ansiedad

Hay ciertos factores de vulnerabilidad que pueden predisponer a sufrir ansiedad. Los estudios indican que existen ciertos genes que favorecen la aparición de la ansiedad, pero no debemos caer en un determinismo biológico y olvidar que existen factores ambientales, experienciales, de aprendizaje o educaciones que tienen un peso fundamental en el desarrollo y la manifestación de la ansiedad.

Hay algunas características de la personalidad y factores educacionales que pueden llevarte a ser más vulnerable que otras personas a sufrir trastornos de ansiedad:

● Vivir en “Ysilandia”. Si eres de los que constantemente se está planteando: “¿Y si me sale mal?”, ¿y si estoy enfermo?, ¿y si no me aceptan?, ¿y si no estoy a la altura?, ¿y si…?”, ten por seguro que tu predisposición a la ansiedad, si no la tienes ya, se dispara. Vives en un estado permanente de alerta y anticipación, temiendo situaciones que solo son reales en tu mente.

No te engañes. Con esta estrategia no te preparas para lo peor ni coges fuerza, más bien te debilitas antes de tiempo y sufres inútilmente.

Para y piensa en todo lo que temes, primero para ver si tienes pruebas reales que lo fundamenten y segundo para darte cuenta de que, en caso de que ocurran, lo más probable es que tengas una solución para ello, y si no existe tal solución deberás aceptarlo. Con la anticipación, sufres antes y el doble.

No anticipes: será lo que tenga que ser, y no tiene por qué resultar tan catastrófico como crees.

● Vivir entre algodones.

Puede que hayas recibido una educación sobreprotectora o que tú protejas en exceso a tus hijos…

La sobreprotección puede originar trastornos de ansiedad en los niños. Mostrar preocupación constante, transmitir miedo y sufrimiento por casi todo y educar en la creencia de que el mundo es un lugar lleno de peligros, genera tal inseguridad que la persona vive presa del miedo a que en cualquier momento le suceda algo malo.

Sé realista acerca de los peligros reales, no imaginarios. No evites, haz frente a las situaciones que la vida te pone en tu camino.

● Complejo de Hamlet.

Dudar está bien, es uno de tus derechos, pero dudar siempre y de todo ya es otra cosa.

No tener seguridad acerca de casi nada te hace muy vulnerable, te vuelve dependiente de la crítica y la opinión de los demás, y eso destruye tu autoestima. “Ser o no ser”, decía Hamlet; “Hacer o no hacer”, dices constantemente y te quedas en esa duda, sin dar un paso adelante o atrás, no vaya a ser que las cosas salgan mal o te quedes peor de lo que estás. Es un grave error que predispone a sufrir ansiedad.

Si dudas, hazlo con dudas: si sale bien, disfrútalo; si sale mal, acéptalo y aprende.

● Tener todo bajo control.

Te engañas si crees que nada se te escapará de las manos y no habrá imprevistos que puedan alterar lo que tienes programado en tu mente o en tu agenda. Lo haces para estar más seguro, pero provoca el efecto contrario: como no puedes controlarlo todo porque es imposible, te pones más nervioso, y al ponerte más nervioso intentas controlar de nuevo para estar más tranquilo. No insistas, es perder el tiempo en algo inútil.

Aprende a aceptar los imprevistos y a tolerar la incertidumbre.

● No cometer errores. Dicen que un error es una oportunidad. Es cierto. Todos preferiríamos otro tipo de oportunidad, pero, por mucho que te moleste, solo así podrás avanzar.

Sé flexible contigo mismo, acepta que tienes derecho a equivocarte y que debes ejercer ese derecho.

Piensa en todas las veces que has estado al borde de un ataque de nervios, o ya en pleno ataque, y te han dicho: “No te pongas nervioso”, “cálmate”, “no pienses en eso”, “no te preocupes” o “¿ya estás otra vez?”. No hace falta que me digas cuánto te ha fastidiado, de qué poco te ha servido y que solo conseguían aumentar tu ansiedad y que te sintieras culpable. ¿Estás de acuerdo? Entonces, ¿por qué lo haces tú contigo mismo?

Cuando tienes ansiedad, tu voz interior te martillea siempre con lo mismo: “No estés así”. No niegues tu emoción: ¿de qué sirve un “no estés nervioso” si ya lo estás? Acéptala como parte de ti. Deberías contestarte: “Estoy nervioso y hay que aguantarse. Es lo que hay. Voy a hacer todo lo posible para no alimentar más mi nerviosismo.

Cuando estás nervioso tienes muchos pensamientos martilleantes en tu cabeza que alimentan tu miedo y aumentan los síntomas físicos (dolor de cabeza, de espalda, de barriga…). Abre los ojos y escúchate. No silencies tu ansiedad. Deja que tus pensamientos se expresen porque si intentas callarlos cogerán el altavoz, pero no les hagas caso. No tienen razón. No te creas todo lo que te dices, ponte en duda.

Si estás nervioso, para, respira, siéntate, descansa, desconecta. Pero sobre todo para. Concéntrate en cómo coges aire y lo expulsas lentamente. Puedes pedir ayuda profesional para entrenarte en respiración profunda y técnicas de relajación.

Para y observa el mundo a tu alrededor. Después, deja de pensar y utiliza tu mente para centrarte en la solución, no en el problema.


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