¿Crees que se van?
Cuando una tragedia irremediable, como la muerte de un ser querido, amenaza con sumir tu vida en una desolación infinita, la memoria entra en modo supervivencia y resta importancia a aquello que duele tanto.
Así es como se aprende a vivir sin las personas: desplazando el recuerdo a un lugar con menos prioridad en la zona encargada de almacenarlos.
Con sinceridad, ya no duele tanto, ya no pienso tanto en ello…
A continuar sin los cuerpos lo llamo “superación”, pero la mayoría lo llama “olvido”. A mí no me gusta llamarlo “olvido”. Uno se olvida de comprar aguacates en el supermercado, pero no olvida la partida de alguien a quien amó de verdad. Eso no se olvida, sino que se supera.
En efecto, se supera la pérdida y se aprende a vivir sin los cuerpos. Sin las almas, ya es otra cosa.
Los recuerdos, aunque desplazados, siguen ahí y, a veces, siento que son algo más que eso. Siento que las almas son perpetuas y que, incluso, se materializan en los que permanecen en vida.
A veces, parece que puedo oírlos. En serio, puedo oírlos. Si en medio de la ajetreada jornada diaria me paro a escuchar un instante el silencio, puedo oírlos reír, o llamarme por mi nombre, o despedirse antes de salir por la puerta. Lo sé porque hablo con alguien que se fue. Todos los días.
Se han ido, pero no se han ido y puedo verlos en esa nube o en aquella estrella o en esta noche oscura de verano.
Siguen aquí, dentro de mí. O allí arriba, si miro bien.
Yo sé que me explico.
Yo sé que me entiendes.
- Dirijo mi alma hacia el mar
- Buen viaje y hasta luego
- El hilo invisible que nos une
- El mejor homenaje
- La fuerza de una sonrisa
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