Una persona puede y debe sentirse orgullosa, satisfecha, por algo que ha logrado, que ha hecho bien o por haber conseguido una meta u objetivo que se había propuesto. El orgullo positivo está relacionado con la autoestima y la autoconfianza. Este orgullo se convierte en la fuerza que nos empuja a seguir mejorando y a crecernos ante la adversidad. Es una mezcla entre valentía, resiliencia, humildad, flexibilidad y honestidad personal.
Sin embargo, el orgullo tiene una cara negativa que está muy relacionada con la soberbia, la presunción y la arrogancia. Hay personas que se sienten superiores, que creen que lo que hacen es más importante que lo que hacen los demás y que piensan que ya lo saben todo demostrando, así, lo mucho que les queda por aprender.
Somos en gran medida fruto de generaciones y generaciones, de la herencia genética, de la sociedad, de la cultura, de la educación recibida… Desde luego, no nos hemos creado a nosotros mismos y haremos bien en ser personas agradecidas y nada soberbias.
El poder suele poner a prueba a las personas. Hay personas que, con capacidad de liderazgo, lo ostentan con cuidado, con humildad, sabedoras de que es algo temporal y que tienen la responsabilidad de hacerlo lo mejor posible. Las personas inteligentes no son prepotentes.
Por el contrario, hay quienes, incapaces de escuchar y de dar cabida a los demás, hacen uso del poder tiránico y actúan con soberbia y como si estuvieran siempre en posesión de la verdad. Las personas que tienen poder y se sienten por encima de otras personas, acaban perdiendo la luz de la modestia y del sentido común.
Quienes enfocan su vida con humildad demuestran sabiduría y una actitud que facilita el aprendizaje y la relación con los demás. Es desde la humildad, la sencillez y la normalidad, que lo realizado adquiere valor y son las demás personas quienes lo han de adjetivar, pero, cuidado, no olvidemos la falsa humildad de quienes intentan forzar a los que les rodean para que reconozcan sus acciones.
El orgullo bien entendido, el humilde orgullo, debe ser íntimo, casi callado y alejado de cualquier exhibición.
Esperemos que, al final de nuestras vidas, hayamos conseguido estar orgullosos de nosotros mismos y de nuestra existencia.
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