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martes, 27 de octubre de 2015

El umbral de la muerte

Fuente: “La muerte, un amanecer” de Elisabeth Kübler Ross.

La muerte infunde en el hombre moderno un pavoroso temor. Por eso, preferimos rechazarla e ignorarla. Sin embargo, la integración de la idea de la muerte en el pensamiento humano, nos permitiría vivir más conscientemente y no derrochar “demasiado” tiempo en cosas sin importancia.

Hasta hace muy poco, los conocimientos que se tenían sobre la muerte constituían un saber “oculto” accesible solo a los estudiosos de los textos sagrados tibetanos o de la más compleja literatura esotérica occidental y, a través de la fe, a los creyentes.

La doctora Elisabeth Kübler Ross, estudió más de veinte mil casos, a través del mundo entero, de personas en el momento de la muerte. Muchas de ellas, habían sido declaradas clínicamente muertas y “volvieron” a la vida de forma natural o después de una reanimación.

En sus libros nos revela sus convicciones basadas en sus propias investigaciones. Para muchos, resultan enormemente difíciles de digerir porque no cuadran con sus ideas científicas o religiosas. Debemos aceptar con humildad que haya millones de cosas que no entendemos todavía, pero esto no quiere decir que, solo por el hecho de no comprenderlas, no existan o no sean realidades.

De todas maneras, en el instante mismo en que muramos, lo sabremos y tendremos ocasión de verificarlo…

Según la doctora Elisabeth Kübler Ross en el momento de la muerte hay tres etapas.

En la primera etapa, se produce la muerte física que, simbólicamente hablando, es idéntica al abandono del capullo de seda por la mariposa. El capullo de seda puede compararse con el cuerpo humano. Morir significa, simplemente, mudarse a una nueva casa.

Desde el momento en que el capullo de seda esté deteriorado al extremo de que, agotada la energía física, ya no podamos respirar y nuestras pulsaciones cardíacas y ondas cerebrales no admitan más mediciones, la mariposa se encontrará fuera del capullo que la contenía. Esto no significa que ya se esté muerto, sino que el capullo de seda ha dejado de cumplir sus funciones. Al liberarse de ese capullo de seda, se llega a la segunda etapa en la que estaremos provistos de energía psíquica.

La energía física y la energía psíquica son las dos únicas energías que al hombre le es posible manipular. Tenemos, por tanto, la posibilidad de elegir la forma de utilizar esas energías, sea de modo positivo o negativo.

Desde el momento en que somos una mariposa liberada, es decir, desde que nuestra alma abandona el cuerpo, advertiremos enseguida que estamos dotados de capacidad para ver todo lo que ocurre en el lugar de la muerte. Estos acontecimientos no se perciben ya con la conciencia mortal, sino con una nueva percepción.

Ha habido personas que han podido explicar con precisión cómo sacaron su cuerpo del coche accidentado, personas que precisan el número de la matrícula del coche que los atropelló y continuó su ruta sin detenerse. No se puede explicar científicamente que alguien que ya no presenta ondas cerebrales pueda leer una matrícula. Los sabios deben ser humildes.

Mucha gente abandona su cuerpo en el transcurso de una intervención quirúrgica y observa, efectivamente, dicha intervención. Los médicos y enfermeras deben tener conciencia de este hecho. En la proximidad de una persona inconsciente, sea cual fuere su estado, no se debe hablar más que de cosas que esta persona pueda escuchar.

Es necesario que sepamos que, si nos acercamos al lecho de un ser querido, aunque esté ya en coma profundo, oye todo lo que le decimos y en ningún caso es tarde para expresar “lo siento”, “te amo” o alguna otra cosa que queramos decirle. Nunca es demasiado tarde para pronunciar estas palabras, aunque sea después de la muerte, ya que las personas fallecidas siguen oyendo.

En esta segunda etapa, “el muerto” —si puede llamarse así— se dará cuenta también de que se encuentra intacto nuevamente. Los ciegos, que no habían tenido ni siquiera percepción luminosa desde diez años antes, que tuvieron una experiencia extracorporal y volvieron, pueden decirnos con detalle los colores y las joyas que llevaban los que los rodeaban en aquel momento, así como el detalle del dibujo de sus jerséis o corbatas. Es obvio que ahí no podía tratarse de visiones. Las personas que solo podían desplazarse utilizando una silla de ruedas, pueden andar… Evidentemente, al volver a su cuerpo físico se encuentran otra vez en su viejo cuerpo enfermo.

Podemos comprender, pues, que esta experiencia extracorporal es un acontecimiento maravilloso, que nos hace sentirnos felices.

En esta segunda etapa nos damos cuenta de que ha dejado de existir el tiempo y, del mismo modo, tampoco podría hablarse de espacio y de distancia. Por ejemplo, si un joven norteamericano muere en Vietnam y piensa en su madre que reside en Washington, la fuerza de su pensamiento atraviesa esos miles de kilómetros y se encuentra instantáneamente junto a su madre.

También en esta etapa nos daremos cuenta de que ningún ser humano muere solo: las personas a las que amamos, que han muerto antes, nos esperan. En general, siempre encontraremos en primer lugar a las personas que más amamos o tuvieron mayor importancia para nosotros. En el caso de los niños pequeños, de dos o tres años, por ejemplo, cuyos abuelos, padres y otros miembros de la familia aún están con vida, es su ángel de la guarda personal quien generalmente los acoge.

Cada ser viene acompañado por seres espirituales desde su nacimiento hasta su muerte. Los niños pequeños los llaman «compañeros de juego» y desde muy temprano hablan con ellos y son perfectamente conscientes de su presencia. Al crecer, se olvidan y muchas personas vuelven a reconocerlo en el lecho de muerte…

Después de haber reencontrado a aquellos a los que más se amó, se toma conciencia de que la muerte no es más que un pasaje hacia otra forma de vida. Se han abandonado las formas físicas terrenales porque ya no se las necesita y, antes de dejar nuestro cuerpo para tomar la forma que se tendrá en la eternidad, se pasa por una fase de transición totalmente marcada por factores culturales terrestres, pues cada uno tiene el espacio celestial que se imagina: un pasaje, un túnel, un pórtico, un puente…

Cuando estamos realizando este pasaje, una luz brilla al final. Esa luz es más blanca, es de una claridad absoluta y, a medida que nos aproximamos a esta luz, nos sentimos llenos del amor más grande que nos podamos imaginar. No hay palabras para describirlo.

Cuando alguien tiene una experiencia del umbral de la muerte, puede mirar esta luz sólo muy brevemente. Es necesario que vuelva rápidamente a la tierra, pero cuando uno muere —quiero decir, morir definitivamente— este contacto entre el capullo de seda y la mariposa —podría compararse al cordón umbilical— se rompe y ya no es posible volver al cuerpo terrestre.

De cualquier manera, cuando se ha visto la luz, ya no se quiere volver. Frente a esta luz, se vive la comprensión sin juicio, un amor incondicional, indescriptible, y nos damos cuenta de que toda nuestra vida aquí abajo no es más que una escuela en la que debemos aprender ciertas cosas y pasar ciertos exámenes.

Inmediatamente después del fallecimiento el rostro expresa paz, equilibrio y serenidad, incluso en el caso de personas que poco antes de morir se encontraban en un estado de cólera, agitación o depresión.

Gracias a Elisabeth Kübler Ross, la muerte va dejando de provocar espanto porque en el transcurso de sus investigaciones ha descubierto que no tenemos nada que temer de la muerte, pues la muerte no es el fin sino más bien un radiante comienzo. Nuestro cuerpo físico es sólo una envoltura pasajera que rodea un yo inmortal.

La muerte es sólo un paso más hacia la forma de vida en otra frecuencia y el instante de la muerte es una experiencia única, bella, liberadora, que se vive sin temor y sin angustia.

Hace cinco años realicé un vídeo para la entrada "La muerte: un amanecer" de este blog. En él se resumen, en tres minutos y medio, las principales ideas del libro de la doctora Elisabeth Kübler Ross.


3 comentarios

  1. Esta experiencia de la muerte es sospechosamente parecida a la idea católica de la muerte y el paraíso. "Requiem aeterna donais Domine, et LUX perpetua luceat eis". Yo tuve una parada cardiaca, perdí contacto con el mundo y lo recuperé tras la reanimación. No tuve ninguna de las sensaciones tan bien descritas por Elisabeth Kübler Ross. ¿será quizás por mi falta de fe?..... Un abrazo

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  2. En una cosa sí doy la razón a Elisabeth. La angustia y miedo a la muerte la sufre muchos cuanto más vivos están. Las proximidades de la muerte se viven sin temor ni angustia, en una especie de abandono y entrega porque mientras nuestro cerebro se apaga lentamente, como una vela, por falta de oxigeno. Hablo por mi propia experiencia, desde luego.

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    1. Algunos estudios actuales sugieren que todos los aspectos de una experiencia cercana a la muerte tienen una base neurofisiológica o psicológica y así, por ejemplo, la luz al final del túnel puede explicarse por un bajo abastecimiento de sangre y oxígeno a los ojos y los sentimientos de euforia y serenidad pueden ser recreados con sustancias como la quetamina o la anfetamina… Muchas de estas sensaciones pueden ser causadas por los intentos del cerebro de tratar de entender percepciones inusuales que ocurren durante un evento traumático. Nuestro cerebro es "muy bueno" engañándonos. Yo creo que nos ayuda a morir…

      De todas formas, como decía Einstein, existen dos formas de ver la vida: una es creyendo que no existen los milagros, la otra es creyendo que todo es un milagro.

      Me alegra mucho tu paso por el blog. Un abrazo.

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