Fuente: Este cuento está incluido en el libro “50 cuentos para aprender a meditar” de Manuel Fernández Muñoz.
En cierta ocasión un monje se dirigió a su abad porque no conseguía concentrarse en su meditación. El maestro, comprendiendo la situación, le ordenó limpiar la enorme estatua de Buda que presidía el templo.
Cuando el monje limpiaba una parte, la otra volvía a ensuciarse. Todos los días realizaba esta labor, pero nunca conseguía limpiar completamente los dos lados.
Por más que se quejaba a su maestro, este siempre le insistía que tuviera paciencia, hasta que un día, siendo ya muy mayor, el monje miró la estatua y por fin lo comprendió.
¡Siempre había estado limpia!
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