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miércoles, 18 de junio de 2025

Las tres preguntas

El escritor Joan Maragall (1860-1911), considerado uno de los padres de la poesía catalana modernista, publicó en 1905, en castellano, el artículo “Las tres preguntas”.

Este artículo lo leí por primera vez en un viejo libro, ya centenario, de mi padre: “Tercer libro de lectura” editado en 1924 por Seix y Barral Herms. Posteriormente, he buscado este relato en los fondos de la Biblioteca Nacional (Volumen IV de los Artículos de Joan Maragall).

«Cuando llegué a aquel punto de mi cuento en que para resolver el conflicto entra con toda su fuerza el gigante, la mayor de las niñas me interrumpió diciendo:

—¿Y éste era bueno o malo?

—¿Y todo eso es verdad? —preguntó enseguida la segunda.

—¿Y qué más? —repuso la tercera ávidamente.

Quedé espantado. La moral, la ciencia y la poesía me proponían secamente el triple enigma. —¡Descíframe o te devoro! —parecían decirme. […]

¿Qué iba a decir, pobre de mí, a aquellas criaturas? El cuento yo lo inventaba a medida de contarlo, y: “¿Qué más?”. Para las niñas era una realidad superior que yo mismo no tenía ya el derecho de destruir; pero: “¿Era verdad todo aquello?”. El gigante había de obrar como un gigante: “¿Son buenos, son malos, los gigantes?”.

Y dije a la mayor:

—Hija mía, no quisiera que entrases en el mundo viendo a los hombres así, partidos en dos rebaños: unos todos blancos, otros todos negros; aquéllos buenos, éstos malos. Una tal visión sólo Dios puede tenerla, pero su sabiduría ha dicho al hombre: No jugarás. Y aun de Él mismo se dice que vendrá a juzgar, no a los buenos y a los malos, sino a los vivos y a los muertos; y aunque en un cierto modo general se entienda que los vivos serán los buenos y los muertos serán los malos, porque aquella vida y aquella muerte sean las de la gracia, yo no sé qué otro sentido más profundo y misterioso se adivina en tal vida y en tal muerte que no se encuentra desde luego en las palabras bondad y maldad.

Hay en tu corazón un santo impulso que te mueve a acoger en ti o a repeler los actos humanos según ellos sean, y conforme a esta atracción o a esta repulsión los llamarás, inocentemente, buenos o malos; mas, al hombre que los ejecuta, tu corazón temblará de juzgarlo por bueno o por malo en sí, por vivo o por muerto ante Dios.

El homicidio te será siempre odioso en justicia; pero con el homicida, ¡cuidado! Cada hombre es un secreto de Dios, y tú no violarás el Santuario. Los hombres podrán juzgar al hombre según sus leyes, pero el divino juicio, ¿quién lo usurpará? Condenarás a un hombre a una pena civil por un acto suyo; nunca podrás decir si él es bueno o malo.

Muchas veces he notado en ti esta propensión a formar un juicio definitivo, no sólo de cada hombre, sino de los grupos que ellos forman; y así, si has oído de dos pueblos que estaban en guerra, has preguntado en seguida, cuál era el bueno y cuál el malo, y lo mismo de los bandos y partidos de un mismo pueblo y de las clases sociales en general, como si hubiera en ti un anhelo de clara justicia y de poner todo tu corazón de una sola parte, o bien que, nueva en la vida, y tímida por tanto, quisieras saber enseguida en quién y en quién no podías fiar.

Pues yo te digo: fía en tu corazón para con todos; y donde él te falte, en ninguno; porque nadie hay tan bueno que no pueda engañarte, ni nadie malo que no sea tu hermano. Y de todos te digo como de este gigante del cuento, que él obrará como gigante que es, y tú le conocerás por sus obras, pero nunca bastante para que no estés dispuesta a mudar de sentimiento a cada una que emprenda.

La niña quedó confusa, y hasta me pareció que conmovida, pero no sé si del todo segura.

Y entonces dije a la segunda:

—Sí, todo lo que te he contado es verdad, pero no vayas a creer que es una verdad como esta mesa y estas sillas; porque hay un mundo que vemos y otro que no vemos, y tanta verdad es el uno como el otro, y aun, cuando tú seas mayor, quizá comprendas que muchas cosas que no vemos son más verdaderas que esta mesa y que estas sillas.

Pues bien, los cuentos suceden en el mundo que no vemos, y en él tienen una realidad muy firme. Yo te he visto a veces en el jardín estar entre cosas verdaderas, como son los árboles, las flores, las paredes y otros muchos objetos que se ven y se tocan, y sin embargo, he observado en tus ojos como un alejamiento de todas estas cosas; que las mirabas y no las veías, que las tocabas y no hacías ningún caso de ellas, porque tal vez pensabas en los juegos de ayer o en tus juegos de mañana que ya no te estaban presentes o que todavía nunca lo habían estado ni quizás lo estarían, pero que su verdad es tan fuerte en ti que te privaba de ver lo que te estaba delante y de sentir lo que tenías en la mano; de modo que para ti entonces más verdad era aquello que esto.

Y aun te haré notar que cuando juegas con tu muñeca ves en ella algo que no está en la muñeca misma; y cuando arreglas las sillas de modo que juntadas parezcan un coche, ves el coche y no ves las sillas; y cuando tiras de la cuerda colgada de la pared y dices tus hermanos: “Ahora suena la campana”, ellos y tú la oís sonar, aunque aparentemente no haya tal campana, pero que si la hubiera no la oiríais mejor ni con tanto deleite; y es que aquella campana que no está, suena en un mundo en el que viven en aquel instante todos los que a ella juegan; y dime si no es aquélla, para ti, una vida más fuerte y verdadera que ésta en que andamos y comemos.

Pues así mismo es el mundo de los cuentos y la verdad de los cuentos. Y si me preguntas para qué sirven este mundo y esta verdad y estos cuentos, te diré que sirven para vivir del todo; porque no es sólo el cuerpo lo que tenemos, ni sólo de pan vive el hombre.

Creerás, pues, que son verdad todos aquellos cuentos que te parezca que te hacen vivir más y mejor, aquellos que tú quisieras vivir en ellos, aquellos de los que interiormente te digas: “Esto debería ser”; porque desde el momento en que lo dices, aquellos cuentos son; y te diré más; que, en una forma u otra, en tu vida aquellos cuentos serán tan reales como esta mesa y estas sillas.

Pero si un cuento que te cuentan no lo sientes pasar en tu alma, si no aumenta tu vida, si más bien parece que te estorba de vivir, no lo escuches, olvida lo contado, ríete de él, porque aquel cuento no es verdad; y aún más te diré: que, aunque fuera una cosa sucedida, desde el momento en que interiormente lo contradijeras y repugnaras, aquel cuento, aquel hecho ya no sería verdad. ¿Comprendes ahora, hija mía, la verdad de los cuentos?

La niña bajó la cabeza y sonrió callando.

—Bueno, ¿y qué más? —saltó al fin la pequeña, cuya sed de cuento, adormecida un poco por las palabras de mi digresión, despertó violenta en el silencio. Mi numen cuentista estaba agotado o distraído; pero como nunca a los niños se les debe dejar un cuento sin acabar, corté por lo sano y dije apresuradamente:

—Pues que entró el gigante, y como traía mucha hambre, se los comió a todos. Y colorín colorado, este cuento está acabado.

—Es muy corto. ¡Otro! —pidió la implacable.

—Sí; pero… otro día —dije levantándome.

Conocí que la inocente esfinge de tres cabezas no había quedado satisfecha; pero como le di la esperanza no me devoró. Y comprendí que, merced a eso, vamos viviendo, y que así marcha el mundo, y que siempre falta un cuento que contar a los niños y a los hombres».


miércoles, 11 de junio de 2025

El Príncipe de este mundo

Fuente: “Hermón. Caballo de Troya 6” de Juan José Benítez.

En un proyecto secreto, dos pilotos de la USAF (Fuerza Aérea Norteamericana) viajan en el tiempo al año 30 de nuestra era, a la provincia romana de Judea, para seguir los pasos de Jesús de Nazaret y comprobar cómo fueron sus últimos días.

Fascinados por la figura y el pensamiento de Jesús de Nazaret, deciden acompañar al Maestro durante su vida pública. Para ello deben actuar al margen de lo establecido oficialmente en la operación denominada “Caballo de Troya”. Jasón y Eliseo, nombres por los que son conocidos los pilotos, retroceden al mes de agosto del año 25. Buscan a Jesús y lo encuentran en el monte Hermón donde, a punto de cumplir 31 años, ha “recuperado” su divinidad y es un Hombre-Dios, es decir, ha sido consciente y ha asumido su genuina naturaleza divina.

Jesús se encontraba solo en el monte Hermón. Tenía su campamento en un claro de un bosque de cedros al pie de la montaña. Los pilotos permanecieron con Él cuatro semanas. Todos los días, Jesús se marchaba al amanecer hacia los ventisqueros y solía volver sobre las tres o las cuatro de la tarde. Sólo en tres ocasiones Jesús los invitó a que subieran con Él y lo acompañaran. Siempre volvía alegre, renovado, casi transfigurado… y, tras la cena, todas las noches, las ansiadas tertulias…

Al amanecer del domingo 9 de septiembre del año 25, el Galileo advirtió a Jasón y Eliseo, con rostro severo, que tenía que dejarlos por unos días, pues tenía que ocuparse de los asuntos de su Padre. Los pilotos se alarmaron porque ni su tono ni su semblante eran los habituales, parecía muy preocupado, pero les dijo que esperaran tranquilos.

Jesús regresó al campamento hacia las tres de la tarde del día 16 de septiembre. Era un Jesús distinto. Radiante. La habitual y penetrante luz de sus ojos aparecía ahora multiplicada y les comunicó que se había hecho la voluntad de Ab-bā y ahora era el príncipe de este mundo. Esa noche, la última en el Hermón, cálido y eufórico, tras la cena, explicó el porqué de su repentino y dilatado aislamiento en la cumbre del Hermón.

«…Y el Galileo, ansioso por compartir su aventura en la soledad de las nieves, inició así sus aclaraciones:

—Os contaré un cuento…

Hace tiempo, mucho tiempo, el Gran Dios encomendó a uno de sus Hijos la creación de un nuevo universo. Y ese Hijo construyó un magnífico reino, repleto de estrellas y mundos. Era un universo inmenso.

Y aquel Hijo gobernó con amor y sabiduría durante miles y miles de años.

Pero ocurrió algo…

Cierto día, en una apartada región, varios de los príncipes a su servicio, jefes de otros tantos mundos, decidieron rebelarse contra la autoridad del Hijo y soberano. No creyeron en su forma de gobierno e incitaron a otros príncipes próximos a manifestarse contra lo establecido. E intentaron formar su propio reino, rechazando al monarca y, en definitiva, al gran Dios.

El Hijo, echando mano del amor y la misericordia, trató de reestablecer el orden. Fue inútil. Los rebeldes empeñados en el error, despreciaron todo intento de reconciliación.

Finalmente, ese Hijo divino tomó una decisión: viajaría de incógnito hasta los lejanos mundos de los infractores, haciéndose pasar por un modesto carpintero. Escogió unos de los planetas y allí nació como un hombre más. Y así vivió, sujeto a la carne, y enseñando la verdad a las gentes. Les mostró quién era en realidad el gran Dios. Habló del espléndido futuro que les aguardaba y, sobre todo, recordó que eran hijos de ese maravilloso Padre.

Pero la fama de aquel Hombre-Dios terminó llegando a oídos de los príncipes rebeldes. Y sucedió que, en cierta ocasión, cuando el carpintero oraba en lo alto de una montaña nevada, dos de los traidores se presentaron ante él, sometiéndolo a toda clase de preguntas.

—¿Quién eres…? ¿Cómo te atreves a hablar de ese Dios?... ¿Quién te envía?

Por último, convencidos de que se hallaban ante el Hijo y soberano el universo, le hicieron una proposición:

—¡Únete a nosotros!

Y el Hijo replicó:

—Hágase la voluntad del Padre.

Los rebeldes, derrotados, se retiraron. Y todo el universo, pendiente de aquella entrevista, elogió la misericordia del Hijo y soberano.

Desde entonces, el Dios disfrazado de hombre y carpintero ostentaría también el título de Príncipe de la Tierra.

Terminada la historia, el Maestro descendió a los detalles. Esto fue lo que acertamos a intuir:

Tiempo atrás, mucho tiempo atrás, en una minúscula región de su universo (en la nuestra), tuvo lugar una insurrección, más o menos expuesta en el cuento. Mejor dicho, en el supuesto cuento.

Un viejo conocido de los humanos —Luzbel—, jefe de esa casi insignificante parcela de la galaxia, se alzó contra el orden establecido, protestando por el largo camino exigido para llegar al Paraíso. Al parecer, calificó esa “marcha” de “fraude total”, dudando, incluso, de la existencia de Ab-bā. La rebelión, sin embargo, no alcanzó excesivo éxito. Solo treinta o cuarenta mundos la secundaron. La Tierra fue uno de ellos.

Pues bien, no deseando acudir a métodos más severos —a los que tenía legítimo derecho—, el magnánimo Hijo Creador de este universo optó por encarnarse y “camuflarse” entre las más modestas criaturas. Justamente entre las que habitaban en uno de esos mundos en rebeldía. Y se hizo hombre. Y vivió como tal anunciando a los infelices súbditos de los príncipes rebeldes dónde estaba la verdad y quién era Ab-bā.

Pero la naturaleza divina del humilde carpintero no pasó desapercibida para los jefes planetarios que encabezaban la insurrección y dos de ellos —un alto representante del Luzbel y el propio príncipe del mundo seleccionado por el Hijo divino— acudieron a su presencia. Y lo hizo en aquellos días de septiembre y en aquel lugar. Esta, probablemente, fue la razón del súbito ensombrecimiento del Hijo del Hombre cuando se alejó del mahaneh (campamento). Él sabía lo que le aguardaba en la soledad de los ventisqueros. Sabía que estaba a punto de ofrecer una nueva oportunidad a sus hijos descarriados.

Y se sometió, dócil, a los interrogatorios y proposiciones.

Pero, como decía el “cuento”, sólo se sometió a la voluntad de su Padre.

Por último, estos seres no materiales —creados por el propio Hijo divino en luz y perfección— se retiraron derrotados.

Y el universo de Jesús de Nazaret —según sus palabras— asistió perplejo y conmovido a la “batalla dialéctica”.

En esos momentos —y sigo transmitiendo sus explicaciones—, el Hijo el Hombre, por expresa voluntad de Ab-bā, fue investido como Príncipe de este mundo. Un título especialmente importante, según Él.

A partir de ese suceso —afirmó—, la rebelión quedó “lista para sentencia”. Al rechazar, una vez más, su misericordia, la suerte de todos ellos depende ahora de “otras instancias”. Y así sigue.

Esto, ni más ni menos, fue lo acaecido en el Hermón en aquellos días. Unas jornadas trascendentales en las que, no obstante, no llegamos a percibir nada extraño, salvo la ya referida y grave actitud del Maestro. La explicación era simple: esa “batalla” no se desarrolló a nivel físico. En otras palabras: aunque lo hubiéramos acompañado a los ventisqueros, nada habríamos visto ni tampoco oído… [...]

[...] Según el Maestro, una de las razones de la violencia y primitivismo de la Tierra hay que buscarla, justamente, en las consecuencias de esa desgraciada rebelión. Al traicionar las leyes divinas, nuestro mundo, como el resto de los planetas que se levantó contra Ab-bā, quedó automáticamente incomunicado y sumido en la oscuridad y barbarie. Y, “técnicamente”, así continúa. Solo cuando la “cuarentena” sea levantada, la humanidad —esta infeliz humanidad— recuperará la normalidad.

Naturalmente, le preguntamos: ¿cuándo llegará ese venturoso día? La respuesta fue rotunda:

—Cuando los rebeldes sean juzgados… Pero eso no está en mis manos.

Lo que sí estaba al alcance del Hijo del Hombre era consolar e iluminar a las criaturas que padecen —y padecerán— este aislamiento. Y escogió uno esos mundos en rebelión, sembrando la semilla de la esperanza: Ab-bā existe. Ab-bā espera. Ab-bā os ama…».

Lo ocurrido en el Hermón no fue una tentación propiamente dicha. Fue un acto de amor. Otro más de aquel magnífico Hombre.


miércoles, 4 de junio de 2025

Buscar en lugar equivocado (II)


Fuente: “Pensamientos cotidianos” de Omraam Mikhaël Aïvanhov.

A los pobres humanos se les bombardea continuamente con publicidad sobre casas, coches, aparatos domésticos, alimentos, vestidos y toda clase de productos, para persuadirles de que realmente los necesitan. Se diría que quieren impedirles tomar contacto con el mundo espiritual en donde encontrarían la luz, el amor y la paz, que necesitan todavía más. Se ignora tanto al mundo espiritual, se le desdeña tanto que raros son los seres capaces de sentir que es allí donde deben buscar los elementos necesarios para su supervivencia. La mayoría se están muriendo ahogados, intoxicados, asfixiados.

Hay que dejar de hacerse ilusiones. Aunque el progreso material les facilita la vida, no aportará la felicidad a los humanos, e incluso puede conducirlos a su perdición. Solo encontrarán la salvación si se esfuerzan por entrar en contacto con el mundo de la luz, donde su alma y su espíritu pueden por fin respirar y alimentarse. Cuando meditamos, cuando rezamos, no tocamos nada que sea material; en apariencia, todo está vacío, pero es en este “vacío” donde nuestra alma y nuestro espíritu se realizan y encuentran la plenitud.