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miércoles, 5 de marzo de 2025

El verdadero ayuno

Hoy es Miércoles de Ceniza y empieza la Cuaresma, el tiempo litúrgico que precede a la Semana Santa en la que se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

La Cuaresma comprendía los cuarenta días, de ahí su nombre, entre el Miércoles de Ceniza y el Sábado Santo, ambos inclusive, sin contar los seis domingos porque en cada uno de ellos se celebra la Pascua de Resurrección. Es un tiempo de preparación espiritual en el que se recuerda la prueba por la que pasó Jesús cuando, antes de iniciar su vida pública, permaneció cuarenta días en el desierto.

En la actualidad, desde que en 1970 el papa Pablo VI presentó el nuevo Calendario Romano General, la Cuaresma comprende treinta y ocho días entre el Miércoles de Ceniza y la tarde del Jueves Santo.

Durante la Cuaresma, los fieles se sumergen en prácticas de oración, reflexión, penitencia y sacrificio preparándose para la celebración central del cristianismo: la Resurrección de Jesús en la Pascua.

La tradición católica marca una serie de preceptos como la imposición de la ceniza durante la misa del Miércoles de Ceniza, el ayuno que se realiza el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo y la abstinencia, prohibición de comer carne, que se lleva a cabo, además del Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, todos los viernes de Cuaresma.

Por estas fechas suele reaparecer, circulando por las redes sociales, una “falsa noticia” en la que se dice que el Papa Francisco propone reemplazar el ayuno en Cuaresma por otro tipo de “ayunos”. En realidad, el texto titulado “Ayuno en Cuaresma” es de autor desconocido y ya aparece, en marzo de 2009, cuatro años antes de que el cardenal Bergoglio fuera elegido Papa, en la página web Catoliscopio.com.

Es evidente que este mensaje está al margen de la doctrina de la Iglesia, pero a mí, que no le encuentro mucho sentido a estas dos formas de sacrificio en torno a la alimentación, me lleva a pensar en algo que, para muchos seres humanos que viven en la pobreza, es una imposición durante, quizás, toda su vida y para otros muchos, que viven en la abundancia, se trata de una terapia de depuración o de adquisición de sanos hábitos nutricionales.

Para esta reflexión, quiero recordar las palabras de Jesús, acerca del ayuno, recogidas en el Evangelio de Mateo:

«Entonces se le acercaron los discípulos de Juan, diciendo: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, pero tus discípulos no ayunan?” Y Jesús les dijo: “¿Acaso pueden los invitados a la boda estar de luto mientras el novio está con ellos? Vendrán días cuando el novio les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie pone un remiendo de tela nueva en un vestido viejo, porque el remiendo tira del vestido y se hace peor la rotura. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos. Si se hace así, los odres se rompen, el vino se derrama y los odres se arruinan. Pero el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así ambos se conservan”». (Mateo 9:14-17).

“The chosen”. Tercera temporada. Capítulo cinco (“Limpieza. Parte II”).

Jesús redefine el ayuno y, al identificarse como el novio, está haciendo una afirmación profunda sobre su identidad y misión. Él, el novio, está con nosotros y es, por tanto, un tiempo de gran alegría y celebración.

Así como el vino nuevo requiere odres nuevos, la vida en Cristo requiere nuevas formas y expresiones. El Evangelio tiene un poder dinámico y transformador y las viejas estructuras y los antiguos sistemas no pueden contener ni limitar las enseñanzas de Jesús. Los creyentes estamos llamados a ser flexibles y estar abiertos a la renovación, permitiendo que el Espíritu Santo guíe y transforme nuestras prácticas espirituales.

Por todo esto, y porque creo que el verdadero ayuno consiste en comer el “verdadero alimento” que no es otro que buscar al Padre y hacer su voluntad, durante esta cuaresma, para avanzar en el camino hacia Jesús y salir al encuentro de los demás, me propongo:

Ayunar de juzgar a otros, de herir con mis palabras, de quejarme, del rencor, del pesimismo, de las preocupaciones, de la tristeza, del desaliento, del egoísmo…; llenarme de palabras amables, de gratitud, de paciencia y mansedumbre, de esperanza, optimismo y alegría, de compasión, de reconciliación, de confianza en Dios…; apreciar las cosas sencillas de la vida; reconocer al Jesús que vive en los otros; escuchar a los demás, mantenerme en silencio… y orar.

Se trata, en definitiva, de ayunar de todo lo que me separa de Jesús y llenarme de todo lo que me acerca a Él.