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miércoles, 26 de marzo de 2025

Humor y duelo

Veinticinco años ya. Yo, aquí, sigo despertando. Volveremos a encontrarnos. Al otro lado.

Pronto hará veinticinco años, Dios mío cómo pasa el tiempo, que murió una prima a la que yo admiraba por su amabilidad, generosidad y porque tenía una vastísima cultura. ¡Era tan fácil quererla!... Durante seis años tuve el privilegio de ser, en las vacaciones de verano, su compañera de viajes por el extranjero. Con cuarenta y cinco años le diagnosticaron un cáncer que, después de seis meses de durísimos tratamientos, le produjo la muerte y un dolor indescriptible a cuantos la queríamos.

En su velatorio, de madrugada, un grupo de allegados familiares bajamos a la cafetería. Algunos acababan de llegar, habían viajado desde lejos y aprovecharon para comer algo. Y sin saber por qué, aún me pregunto cómo pudo pasar, acabamos contando chistes. Nada más lejos de nuestra intención que ser insensibles o irrespetuosos, pero así ocurrió. El momento era inapropiado, nuestra reacción emocional no fue la idónea y me sentí muy mal por ello.

Con el tiempo comprendí que fue un mecanismo de defensa contra el estrés, la tensión, la ansiedad y el dolor que acumulábamos y arrastrábamos desde que le diagnosticaron la enfermedad. La risa nos proporcionó alivio y consuelo y, en un momento tan oscuro, el humor nos ofreció una luz en nuestro sufrimiento emocional.

Lo que acabo de describir se explica magistralmente en el capítulo segundo de la cuarta temporada de la serie “The chosen”, que gira en torno a Jesús de Nazaret y las personas que lo conocieron y lo siguieron. En el fragmento que he seleccionado, Juan el Bautista, considerado primo, en algún grado, de Jesús, ha muerto decapitado por orden de Herodes Antipas. Jesús, soñando, se encuentra con él en el desierto. Cuando, súbitamente, se despierta, Andrés, que antes de seguir a Jesús había sido discípulo de Juan, le lleva algo de comida y, tras una interesante conversación, Jesús decide guardar la Shiv'ah (siete días de duelo) por los caminos y senderos, pues habían constituido “la casa” de Juan.



miércoles, 19 de marzo de 2025

Mendigar ternura

Álex Rovira en su libro “La buena vida” afirma que la ternura es la expresión más serena, bella y firme del amor. Es el respeto, el reconocimiento y el cariño expresado en el gesto, en el detalle sutil, en el regalo inesperado, en la mirada cómplice o en el abrazo sincero. La ternura no es blanda. La ternura es un acto de coraje. Es fuerte, firme y audaz porque se muestra sin miedo. Hace fuerte al amor y en la adversidad enciende la chispa de la alegría.

Expresar el afecto, saber escuchar, hacerse cargo de las preocupaciones y problemas del otro, comprender, saber acariciar, saber cultivar el detalle, acompañar, estar física y anímicamente en el momento adecuado son actos de entrega generosa.

En cualquier tipo de relación humana (pareja, amistad, familiar o laboral) las pequeñas demostraciones de afecto deben fluir. No deben forzarse recordando al otro como debe mostrarse. Lo que verdaderamente sentimos debe salir sin esfuerzo.

El texto titulado “No te voy a pedir”, que circula por internet, expresa con acierto lo que estamos diciendo. Las primeras versiones aparecen, sin atribución alguna, en la plataforma Tumblr, pero, desde octubre de 2016, aparece falsamente atribuido a Fryda Kahlo.

No te voy a pedir (Adaptación)

No te voy a pedir que me des las gracias cuando hago algo por ti ni que me pidas disculpas, aunque sepas que has hecho algo mal o has cometido un error.

No te voy a pedir que me apoyes en mis decisiones ni que me abraces cuando más lo necesito ni que me animes cuando estoy abatida.

No te voy a pedir que me digas, en alguna ocasión, lo guapa que estoy o que me has echado de menos ni que me des la mano cuando paseamos ni que me regales una rosa o me invites a cenar.

No te voy a pedir que me escuches, aunque tenga mil historias que contarte.

Tampoco te voy a pedir que nos vayamos a conocer mundo ni a vivir nuevas experiencias.

No te voy a pedir que hagas nada. Ni siquiera, que te quedes a mi lado...

Porque si tengo que pedírtelo, ya no lo quiero.


miércoles, 12 de marzo de 2025

Las organizaciones espirituales


Este cuento está incluido en “La oración de la rana” de Anthony de Mello.

Cómo crecen las organizaciones espirituales

«Un gurú quedó tan impresionado por el progreso espiritual de su discípulo que, pensando que ya no necesitaba ser guiado, le permitió independizarse y ocupar una pequeña cabaña a la orilla de un río.

Cada mañana, después de efectuar sus abluciones, el discípulo ponía a secar su taparrabos, que era su única posesión. Pero un día quedó consternado al comprobar que las ratas lo habían hecho trizas. De manera que tuvo que mendigar entre los habitantes de la aldea para conseguir otro. Cuando las ratas también destrozaron éste, decidió hacerse con un gato, con lo cual dejó de tener problemas con las ratas, pero, además de mendigar para su propio sustento, tuvo que hacerlo para conseguir leche para el gato.

“Esto de mendigar es demasiado molesto”, pensó, “y demasiado oneroso para los habitantes de la aldea. Tendré que hacerme con una vaca”. Y cuando consiguió la vaca, tuvo que mendigar para conseguir forraje. “Será mejor que cultive el terreno que hay junto a la cabaña”, pensó entonces. Pero también aquello demostró tener sus inconvenientes, porque le dejaba poco tiempo para la meditación. De modo que empleó a unos peones que cultivaran la tierra por él. Pero entonces se le presentó la necesidad de vigilar a los peones, por lo que decidió casarse con una mujer que hiciera esta tarea. Naturalmente, antes de que pasara mucho tiempo se había convertido en uno de los hombres más ricos de la aldea.

Años más tarde, acertó a pasar por allí el gurú que se sorprendió al ver una suntuosa mansión donde antes se alzaba la cabaña. Entonces le preguntó a uno de los sirvientes: “¿No vivía aquí un discípulo mío?”.

Y antes de que obtuviera respuesta, salió de la casa el propio discípulo. “¿Qué significa todo esto, hijo mío?”, preguntó el gurú.

“No va usted a creerlo, señor”, respondió éste, “pero no encontré otro modo de conservar mi taparrabos”».


miércoles, 5 de marzo de 2025

El verdadero ayuno

Hoy es Miércoles de Ceniza y empieza la Cuaresma, el tiempo litúrgico que precede a la Semana Santa en la que se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

La Cuaresma comprendía los cuarenta días, de ahí su nombre, entre el Miércoles de Ceniza y el Sábado Santo, ambos inclusive, sin contar los seis domingos porque en cada uno de ellos se celebra la Pascua de Resurrección. Es un tiempo de preparación espiritual en el que se recuerda la prueba por la que pasó Jesús cuando, antes de iniciar su vida pública, permaneció cuarenta días en el desierto.

En la actualidad, desde que en 1970 el papa Pablo VI presentó el nuevo Calendario Romano General, la Cuaresma comprende treinta y ocho días entre el Miércoles de Ceniza y la tarde del Jueves Santo.

Durante la Cuaresma, los fieles se sumergen en prácticas de oración, reflexión, penitencia y sacrificio preparándose para la celebración central del cristianismo: la Resurrección de Jesús en la Pascua.

La tradición católica marca una serie de preceptos como la imposición de la ceniza durante la misa del Miércoles de Ceniza, el ayuno que se realiza el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo y la abstinencia, prohibición de comer carne, que se lleva a cabo, además del Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, todos los viernes de Cuaresma.

Por estas fechas suele reaparecer, circulando por las redes sociales, una “falsa noticia” en la que se dice que el Papa Francisco propone reemplazar el ayuno en Cuaresma por otro tipo de “ayunos”. En realidad, el texto titulado “Ayuno en Cuaresma” es de autor desconocido y ya aparece, en marzo de 2009, cuatro años antes de que el cardenal Bergoglio fuera elegido Papa, en la página web Catoliscopio.com.

Es evidente que este mensaje está al margen de la doctrina de la Iglesia, pero a mí, que no le encuentro mucho sentido a estas dos formas de sacrificio en torno a la alimentación, me lleva a pensar en algo que, para muchos seres humanos que viven en la pobreza, es una imposición durante, quizás, toda su vida y para otros muchos, que viven en la abundancia, se trata de una terapia de depuración o de adquisición de sanos hábitos nutricionales.

Para esta reflexión, quiero recordar las palabras de Jesús, acerca del ayuno, recogidas en el Evangelio de Mateo:

«Entonces se le acercaron los discípulos de Juan, diciendo: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, pero tus discípulos no ayunan?” Y Jesús les dijo: “¿Acaso pueden los invitados a la boda estar de luto mientras el novio está con ellos? Vendrán días cuando el novio les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie pone un remiendo de tela nueva en un vestido viejo, porque el remiendo tira del vestido y se hace peor la rotura. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos. Si se hace así, los odres se rompen, el vino se derrama y los odres se arruinan. Pero el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así ambos se conservan”». (Mateo 9:14-17).

“The chosen”. Tercera temporada. Capítulo cinco (“Limpieza. Parte II”).

Jesús redefine el ayuno y, al identificarse como el novio, está haciendo una afirmación profunda sobre su identidad y misión. Él, el novio, está con nosotros y es, por tanto, un tiempo de gran alegría y celebración.

Así como el vino nuevo requiere odres nuevos, la vida en Cristo requiere nuevas formas y expresiones. El Evangelio tiene un poder dinámico y transformador y las viejas estructuras y los antiguos sistemas no pueden contener ni limitar las enseñanzas de Jesús. Los creyentes estamos llamados a ser flexibles y estar abiertos a la renovación, permitiendo que el Espíritu Santo guíe y transforme nuestras prácticas espirituales.

Por todo esto, y porque creo que el verdadero ayuno consiste en comer el “verdadero alimento” que no es otro que buscar al Padre y hacer su voluntad, durante esta cuaresma, para avanzar en el camino hacia Jesús y salir al encuentro de los demás, me propongo:

Ayunar de juzgar a otros, de herir con mis palabras, de quejarme, del rencor, del pesimismo, de las preocupaciones, de la tristeza, del desaliento, del egoísmo…; llenarme de palabras amables, de gratitud, de paciencia y mansedumbre, de esperanza, optimismo y alegría, de compasión, de reconciliación, de confianza en Dios…; apreciar las cosas sencillas de la vida; reconocer al Jesús que vive en los otros; escuchar a los demás, mantenerme en silencio… y orar.

Se trata, en definitiva, de ayunar de todo lo que me separa de Jesús y llenarme de todo lo que me acerca a Él.