“El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”.
Mateo 20, 26-28.
Fuente: “Ser feliz es fácil” de Borja Vilaseca.
Es un “secreto” universal que ayudar al prójimo es una fuente de profunda satisfacción. Por unos instantes te olvidas de ti mismo —de tus problemas personales— para poder centrarte en lo que el otro necesita. Así es como trasciendes temporalmente la excesiva identificación con el ego, sintiéndote después de maravilla contigo. Es la paradoja de la vocación de servicio: siempre recibes muchísimo más de lo que has dado o entregado.
Cuando te sientas angustiado, ansioso o deprimido, en vez de hundirte en tu dolor y regodearte en tu drama encuentra la manera de ser útil a otros seres humanos. Parece contradictorio, pero, ofrecer tu ayuda a otros cuando eres tú quien más la necesita, te permite dejar de mirarte el ombligo para conectar con una dimensión más elevada y trascendente. Al contribuir de algún modo a mejorar la vida de otra persona, el malestar que sientes se evapora y se transforma en una agradable sensación de bienestar. Sentirse útil es la mejor medicina contra la depresión.
Para ello, necesitas cultivar diariamente la “motivación altruista”. Esta consiste en ponerle una intención amorosa a tus quehaceres cotidianos, buscando una forma de beneficiar a las personas con las que te cruzas en tu día a día. Haz lo que esté en tu mano para que esas personas se encuentren mejor de cómo estaba antes de cruzarse contigo. Pon la intención de alegrarles un poco el día. Observa como tu actitud afecta positivamente a su experiencia y, seguidamente, nota cómo te sientes por dentro. Con el tiempo y la práctica descubrirás cómo este altruismo silencioso va poco a poco transformando tu vida. Si bien parece que los otros salen ganando, contribuir al bienestar ajeno te hace mucho más bien a ti. El bien que haces a los demás, en realidad, te lo estás haciendo a ti mismo.
El quid de la cuestión es desde dónde lo haces. Si lo que ofreces a los demás está motivado por tu ego, tu entrega será interesada y narcisista. Es una generosidad egocéntrica. Esperas alguna cosa a cambio y si supieras que no ibas a conseguir algo, no lo harías. Pero cuando tu entrega es desinteresada y altruista, si das por el placer de dar, si no hay “letra pequeña”, paradójicamente recibes mucho más de lo que has dado en forma de bienestar emocional y espiritual.
Cuando estás a gusto contigo mismo, tu actitud y tu comportamiento tienden a ser beneficiosos tanto para ti como para los demás. Es como encender una luz en un lugar oscuro; no solo ilumina a los demás, sino que también calienta y transforma el espacio que habitas.
Cada mañana —antes de salir de casa— recuérdate la importancia de dar lo mejor de ti mismo al servicio de los demás, respondiendo de la forma más amorosa que puedas a los retos y desafíos que traiga tu día.
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